Cuando hace unos días escribí a propósito de la avifauna urbana alguien me preguntó cómo era posible que estos animales cambiaran la tranquilidad de la naturaleza por el frenesí de las ciudades y, sobre todo, cómo eran capaces de adaptarse a un medio que les es tan ajeno.
A diferencia de otros animales, las aves, más que diferenciar los elementos concretos que componen el ecosistema en donde habitan, captan la estructura global que resulta de integrar todas esas piezas. De este modo, para un ave, la ciudad se presenta como un medio en el que se mezclan masas rocosas (edificios y manzanas) hendidas por una red de gargantas (calles y avenidas) con abruptos acantilados (fachadas) en los que son frecuentes huecos y cornisas apropiadas para nidificar. Intercalados aparecen bosques de espesura y tamaño variables (parques, jardines, calles y plazas arboladas) y, hacia el extrarradio, espacios abiertos en los que suele abundar la vegetación herbácea (cultivos y descampados).
Algunas especies están perfectamente adaptadas a este peculiar ecosistema. El caso más llamativo es el del gorrión común: su asociación con el medio urbano es tan íntima que su distribución se limita a las zonas habitadas por el hombre, desapareciendo cuando éste las abandona.
Otras especies aprovechan de forma pasiva las estructuras que la ciudad les ofrece, instalando en ellas sus nidos, pero alimentándose en otras zonas no específicamente urbanas. En este grupo se incluyen los cernícalos primilla, vencejos y aviones, que nidifican en oquedades y aleros de edificios pero que se alimentan en el espacio aéreo que los circunda o en los campos próximos no urbanizados.
Existe un tercer grupo de aves cuya presencia está condicionada a la existencia de espacios seminaturales que explotan de forma similar a los ecosistemas originales. La proliferación de estas especies viene determinada por el número, extensión y gestión de jardines, parques y zonas húmedas. La lechuza, uno de los pocos depredadores típicamente urbanos, suele instalarse en algunas de estas islas de vegetación, y su presencia, que aún resulta sorprendente a algunos ciudadanos, está justificada por la abundancia de roedores y las escasas interferencias con el hombre debido a sus hábitos nocturnos.
En definitiva, todas estas aves urbanas obtienen algún tipo de beneficio viviendo en esta amalgama de hormigón y asfalto que llamamos ciudades. Y digo yo que lo mismo ocurre con nosotros, porque… algún beneficio tendrá para los humanos vivir en un escenario tan hostil, ¿o no?