
Admito que si es bueno, o muy bueno, y la comida o la cena están a su altura, es difícil resistirse a una sola copa. Vale que mi carácter mejora cuando lo bebo con moderación. Reconozco que me cuesta imaginar ciertas situaciones sin su compañía. Confieso que empleo parte de mi tiempo libre en recorrer las tierras en donde se cultiva la materia prima y los recintos, sagrados, en donde nace, crece y reposa. Proclamo que rechazo cualquier otra bebida a la hora de brindar y que raramente cedo a las insinuaciones de las espumosas por muy frías y rubias que sean. Son muchas las virtudes que le atribuimos en casa, pero jamás se nos ocurriría señalar al vino como una “droga legal”. Y, sin embargo, este fue el grueso calificativo que usaron en una información del Telediario (TVE, 15h) del pasado 14 de diciembre, en la que señalaron que el vino “es la droga legal más consumida en España” [sic].
Como es lógico, la tribu virtual de los que le tenemos cariño, y hasta devoción, a una de las señas de identidad de la cultura mediterránea anda estos días revuelta. Tan revuelta que la propia Asociación de Periodistas y Escritores del Vino (AEPEV), que preside José Luis Murcia, ha solicitado una rectificación a la televisión pública después de puntualizar las razones por las que no se sostiene dicha afirmación y precisar el daño que se le hace a un sector con gran peso económico, social y cultural en nuestro país.
El incidente pone de nuevo sobre la mesa una tensión con la que convivimos, desde hace años, los periodistas que debemos informar sobre el mundo del vino (sí, es un mundo) en los medios de comunicación públicos. Los organismos que analizan los contenidos que se emiten en televisión para, entre otras tareas incuestionables, proteger “la integridad física y moral de los menores de edad”, son particularmente celosos a la hora de interpretar, en los tramos horarios de protección infantil, las informaciones que giran en torno al vino. En Andalucía es el Consejo Audiovisual quien se ocupa de esta cuestión y en no pocas ocasiones ha advertido, e incluso sancionado, a aquellas televisiones que, a su juicio, han vulnerado esta norma, incitando, según el Consejo, al consumo de estas bebidas.

El asunto no es fácil de dirimir y pondré el ejemplo que mejor conozco, que no es otro que el de “Tierra y Mar”, el informativo semanal dedicado al sector primario que dirijo en Canal Sur Televisión. Se emite en el prime time de los domingos (14h) que es, al mismo tiempo, horario de protección infantil. Se trata del programa más visto en su franja horaria, llega a reunir hasta medio millón de espectadores en Andalucía y dedica, como es lógico, no pocos reportajes al sector vitivinícola. ¿Sería posible obviar en un informativo del sector primario andaluz todo el universo de actividades relacionadas con el vino, desde el cultivo de la vid hasta la fabricación artesanal de toneles, pasando por el trabajo de los enólogos, el esfuerzo de los bodegueros o las dificultades de los distribuidores? La respuesta no admite dudas, pero lo cierto es que a la hora de abordar un reportaje en donde el vino sea protagonista tenemos que extremar las precauciones, a veces hasta el paroxismo. Con frecuencia las secuencias que ilustran la visita a una bodega parecen sacadas del Cinema Paradiso de Tornatore: los protagonistas agarran la copa, la agitan, se la llevan a la nariz, la conducen a los labios y….uyyyyyyyy…, casi…, por los pelos. En el último segundo el sorbo desaparece, el trago se oculta y se sustituye por algún plano comodín (la mano, los ojos, el pelo… qué se yo, el caso es no mostrar a nadie bebiendo vino). En algún lugar deberíamos ir guardando, como Alfredo hacía con los besos en la cinta italiana, los tragos de vino que han desaparecido de todos los reportajes (sorbos y besos, pensándolo bien, se parecen muchísimo).
Hace ya algunos años reclamé, con poca fortuna, que se abriera un debate sincero y sensato sobre esta cuestión, de manera que sin discutir, como es lógico, la autoridad y competencias del Consejo Audiovisual, no fuéramos (los periodistas especializados en información agroambiental de una televisión pública) meros sujetos pasivos de los dictámenes de este organismo en lo que se refiere al sector del vino, sino que también pudiéramos ofrecer nuestra propia visión de este asunto para, juntos, mejorar tanto la eficacia del Consejo como la calidad de nuestras informaciones (ambos somos, en definitiva, servidores públicos). El sentido último de mi propuesta no era otro que tratar de invertir la situación, es decir, trabajar de manera cooperativa buscando convertirnos en el mejor vehículo para promover la cultura del vino, explicar la manera razonable de consumirlo (la más sensata y saludable), destacando todas las ventajas que para nuestra tierra tiene este sector (incluidas las sanitarias, ojo) y precisando todos los peligros de un consumo irresponsable.
INCISO: Antes de entrar en los argumentos que entonces reuní, y que hoy me siguen resultando válidos, destacaré un fenómeno llamativo que a ningún espectador avezado se le oculta: en el mismo tramo horario en el que tanto celo se pone a la hora de supervisar las informaciones relativas al sector del vino, en ese mismo tramo horario, insisto, todas las televisiones hacen clara apología comercial de los refrescos azucarados, la bollería industrial o la fast food en sus múltiples manifestaciones.
Mis argumentos comenzaban, comienzan, con una obviedad: no tiene sentido alguno que el sector vitivinícola (casi) desaparezca de nuestra oferta informativa siendo, como es, un elemento clave en la economía y en la cultura andaluza. Más bien al contrario: debemos tener muy presente que nuestro futuro va a depender en gran medida del fomento de estas actividades (por sus beneficios económicos directos y también indirectos -cultura, gastronomía, turismo-), y eso implica acercarnos a ellas, desde el punto de vista informativo, de una manera sensata, profunda y didáctica. Y en ese esfuerzo, claro está, no se contempla, nadie en su sano juicio contempla, la promoción del consumo irresponsable de alcohol (nosotros, desde luego, nunca lo hemos hecho).
Un ejemplo paradigmático de esta manera de entender las informaciones sobre el vino la tenemos en la escuela infantil de venenciadores de Moriles (Córdoba), a la que dedicamos uno de nuestros reportajes. Niñas y niños aprendiendo a venenciar, como una actividad extraescolar bien entendida y atendida. Niños conociendo, con buen criterio, todos los elementos de la cultura y la industria del vino. ¿Por qué? Porque su empleo, su futuro, las posibilidades de que se queden en su pueblo y este no pierda población ni empresas, pasa porque conozcan y aprecien desde pequeños la principal seña de identidad del municipio. Así lo contamos en «Tierra y Mar» y no creo que nadie pueda discutir la legalidad y la oportunidad de esta información).

En gran medida, creo, esa obsesión que manifiestan algunas personas e instituciones en torno a las bebidas alcohólicas nace de una cierta confusión y, lo que es peor, de la incorporación de argumentos muy alejados de nuestra identidad cultural y del papel que en ella desempeña el vino. Los países anglosajones y, sobre todo, los nórdicos, tienen gravísimos problemas de alcoholismo (con todas sus derivadas y, en especial, las vinculadas a la violencia) asociados al consumo de destilados de alta graduación que nada tienen que ver con el vino. El vino, en los países meridionales, es un alimento que forma parte de la cultura y la dieta mediterráneas, se obtiene por procedimientos naturales, está vinculado a un cultivo que es fundamental para el sector agrícola (con fuerte repercusión social y ambiental), se bebe (casi siempre) como un elemento que enriquece las comidas y adorna las interacciones sociales. Dicho de otra manera, y a diferencia de lo que ocurre en otras latitudes con los destilados, en los países mediterráneos (casi) nadie compra una botella de vino para bebérsela, a solas y de golpe, metida en una bolsa de papel, escondido en un parque y a oscuras.
A pesar (o precisamente por ese motivo) de las infinitas regulaciones que limitan su venta y consumo, algunas de ellas absolutamente delirantes, el alcohol es un serio problema social, y lo digo por experiencia propia, en países como Suecia o Australia. Las regulaciones, inflexibles, no parecen haber surtido el efecto deseado, más allá de convertir la compra de una botella de vino en una odisea para la que se requiere tiempo, paciencia y un cierto capital.
Este último argumento (el vino es un alimento que nada tiene que ver con los destilados de alta graduación) es el que vienen defendiendo en las instituciones europeas (y en particular en el Parlamento) algunos políticos españoles para evitar que ese frente anglosajón imponga sus criterios, muy alejados de la verdadera naturaleza del vino, y de esa manera desaparezcan las ayudas al sector vitivinícola en los países mediterráneos y, en general, todas aquellas acciones que promueven, de una manera sensata, este alimento.
Las prohibiciones (sobre todo en lo que se refiere a los jóvenes) difícilmente resuelven un problema como el del alcoholismo que precisa, sobre todo, de educación, de divulgación, de pedagogía familiar… justo en lo que podemos ayudar nosotros, los medios de comunicación. Hablar bien del vino, explicar su origen y buen uso, apreciarlo, detallar los beneficios de su consumo moderado, advertir de los peligros que conlleva su abuso y revelar los vínculos con nuestra economía y cultura, es una estrategia que tiene muchas más ventajas que esa otra que busca callar y ocultar. Y esto no quita que deba perseguirse, y sancionarse, con la dureza que corresponde, a aquellos que, bajo los efectos del alcohol, cometen todo tipo de tropelías, desde la conducción temeraria hasta la violencia.

A la vista de este post habrá quien, con la mejor de las intenciones, me advertirá del enorme riesgo sanitario que supone el consumo de alcohol, aunque sea moderado y tenga al vino como protagonista. Los argumentos que se relacionan con la salud, creo, no se corresponden con la rotundidad que expresan en sus limitaciones organismos como el Consejo Audiovisual, quizá por esa confusión entre vino y destilados. Revisiones científicas como la que publicó en su día la agencia de noticias científicas SINC abundan en esta idea sin despreciar, insisto, las consecuencias claramente negativas del abuso en el consumo de cualquier bebida alcohólica. Y valgan como muestra un par de testimonios, fiables, recogidos en esta información:
– “A día de hoy se acepta que el consumo moderado de vino, especialmente tinto, contribuye a reducir el riesgo cardiovascular “. Juan Carlos Espín, jefe del Departamento de Ciencia y Tecnología de Alimentos del CEBAS-Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
– “No creo que haya suficiente evidencia como para prohibir el consumo moderado de vino tinto”, afirma Núria Ribas, adjunta en el servicio de cardiología del Hospital del Mar, en Barcelona. De hecho, “las últimas guías de práctica clínica españolas todavía recomiendan un consumo máximo de una copa de vino al día en mujeres y dos en hombres”.
Y si lo que nos preocupa son las conductas violentas,en los países anglosajones llevan décadas estudiando la relación entre consumo de alcohol y violencia (investigaciones que se multiplicaron a raíz de la tragedia del estadio Heysel que, precisamente, derivó en la prohibición de consumir alcohol en los estadios de fútbol británicos). Pues bien, la mayoría de los especialistas consideran que no hay evidencias científicas suficientes que establezcan una relación directa entre ambas variables. Un resumen interesante sobre la cuestión lo encontramos en este reportaje de la BBC.
Un par de apreciaciones recogidas en este resumen aclaran un poco más la cuestión:
– Aunque se suele pensar que la violencia en el fútbol se puede eliminar con la prohibición de la venta de alcohol en estadios, hay quienes piensan que el licor y la violencia no tienen una relación causal en el escenario futbolístico. Uno de ellos es Steve Frosdick, profesor de la Universidad de Birmingham, especialista en seguridad de eventos y autor del libro «Football Hooliganism», publicado en 2005.
Según Frosdick, el alcohol es solo una de las innumerables variables que influyen en los conflictos del fútbol: el racismo, la xenofobia e incluso la represión que puede generar la prohibición del alcohol son solo algunas de las causas de los conflictos que se dan en este deporte.
– Geoff Pearson, Ph.D de la Universidad de Liverpool, en su estudio sobre el tema, «On the lash», encontró que no existen pruebas científicas para probar que el alcohol produce conflictos.
INCISO: El trabajo de Pearson puede consultarse aquí

Ninguno de estos argumentos hace bueno un consumo irresponsable de alcohol, pero considerar el vino como una droga, con las connotaciones que el término lleva asociadas, creo que es un disparate que en nada resuelve los abusos y, sin embargo, mancha el disfrute sano de un alimento que forma parte de nuestra identidad.
NOTA FINAL: En este blog el vino es uno de los grandes protagonistas de esos momentos estelares en los que, por un instante, nos creemos audaces enamorados (correspondidos), dueños de nuestro (mejor) destino y, en definitiva, (absurdamente) inmortales. Si una entrada resume los muchos textos que he dedicado a este alimento sagrado es esta: La lengua del vino.