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Posts Tagged ‘televisión pública’

En «Tierra y Mar» & «Espacio Protegido» (Canal Sur Televisión) tenemos la buena costumbre de despedir la semana así, sin más motivo que ser viernes. Brindando. Con vino. Y vale que la pandemia ha puesto un paréntesis, pero es sólo eso, un paréntesis.

Admito que si es bueno, o muy bueno, y la comida o la cena están a su altura, es difícil resistirse a una sola copa. Vale que mi carácter mejora cuando lo bebo con moderación. Reconozco que me cuesta imaginar ciertas situaciones sin su compañía. Confieso que empleo parte de mi tiempo libre en recorrer las tierras en donde se cultiva la materia prima y los recintos, sagrados, en donde nace, crece y reposa. Proclamo que rechazo cualquier otra bebida a la hora de brindar y que raramente cedo a las insinuaciones de las espumosas por muy frías  y rubias que sean. Son muchas las virtudes que le atribuimos en casa, pero jamás se nos ocurriría señalar al vino como una “droga legal”. Y, sin embargo, este fue el grueso calificativo que usaron en una información del Telediario (TVE, 15h) del pasado 14 de diciembre, en la que señalaron que el vino “es la droga legal más consumida en España” [sic].

Como es lógico, la tribu virtual de los que le tenemos cariño, y hasta devoción, a una de las señas de identidad de la cultura mediterránea anda estos días revuelta. Tan revuelta que la propia Asociación de Periodistas y Escritores del Vino (AEPEV), que preside José Luis Murcia, ha solicitado una rectificación a la televisión pública después de puntualizar las razones por las que no se sostiene dicha afirmación y precisar el daño que se le hace a un sector con gran peso económico, social y cultural en nuestro país.

El incidente pone de nuevo sobre la mesa una tensión con la que convivimos, desde hace años, los periodistas que debemos informar sobre el mundo del vino (sí, es un mundo) en los medios de comunicación públicos. Los organismos que analizan los contenidos que se emiten en televisión para, entre otras tareas incuestionables, proteger “la integridad física y moral de los menores de edad”, son particularmente celosos a la hora de interpretar, en los tramos horarios de protección infantil, las informaciones que giran en torno al vino. En Andalucía es el Consejo Audiovisual quien se ocupa de esta cuestión y en no pocas ocasiones ha advertido, e incluso sancionado, a aquellas televisiones que, a su juicio, han vulnerado esta norma, incitando, según el Consejo, al consumo de estas bebidas.

Aunque era domingo Jaime González (Bodegas Faustino González, Jerez de la Frontera) tuvo el detalle de abrirnos su bodega familiar y compartir su mucha sabiduría y sus excelentes vinos. Recorrimos, sin perder la compostura, desde los finos más jóvenes hasta un oloroso viejísimo (VORS) en el que se atesoraban más de dos siglos de bodega. Aquí no cabe el pecado. Jaime es un generoso entre generosos.

El asunto no es fácil de dirimir y pondré el ejemplo que mejor conozco, que no es otro que el de “Tierra y Mar”, el informativo semanal dedicado al sector primario que dirijo en Canal Sur Televisión. Se emite en el prime time de los domingos (14h) que es, al mismo tiempo, horario de protección infantil. Se trata del programa más visto en su franja horaria, llega a reunir hasta medio millón de espectadores en Andalucía y dedica, como es lógico, no pocos reportajes al sector vitivinícola. ¿Sería posible obviar en un informativo del sector primario andaluz todo el universo de actividades relacionadas con el vino, desde el cultivo de la vid hasta la fabricación artesanal de toneles, pasando por el trabajo de los enólogos, el esfuerzo de los bodegueros o las dificultades de los distribuidores? La respuesta no admite dudas, pero lo cierto es que a la hora de abordar un reportaje en donde el vino sea protagonista tenemos que extremar las precauciones, a veces hasta el paroxismo. Con frecuencia las secuencias que ilustran la visita a una bodega parecen sacadas del Cinema Paradiso de Tornatore: los protagonistas agarran la copa, la agitan, se la llevan a la nariz, la conducen a los labios y….uyyyyyyyy…, casi…, por los pelos. En el último segundo el sorbo desaparece, el trago se oculta y se sustituye por algún plano comodín (la mano, los ojos, el pelo… qué se yo, el caso es no mostrar a nadie bebiendo vino). En algún lugar deberíamos ir guardando, como Alfredo hacía con los besos en la cinta italiana, los tragos de vino que han desaparecido de todos los reportajes (sorbos y besos, pensándolo bien, se parecen muchísimo).

Hace ya algunos años reclamé, con poca fortuna, que se abriera un debate sincero y sensato sobre esta cuestión, de manera que sin discutir, como es lógico, la autoridad y competencias del Consejo Audiovisual, no fuéramos (los periodistas especializados en información agroambiental de una televisión pública) meros sujetos pasivos de los dictámenes de este organismo en lo que se refiere al sector del vino, sino que también pudiéramos ofrecer nuestra propia visión de este asunto para, juntos, mejorar tanto la eficacia del Consejo como la calidad de nuestras informaciones (ambos somos, en definitiva, servidores públicos). El sentido último de mi propuesta no era otro que tratar de invertir la situación, es decir, trabajar de manera cooperativa buscando convertirnos en el mejor vehículo para promover la cultura del vino, explicar la manera razonable de consumirlo (la más sensata y saludable), destacando todas las ventajas que para nuestra tierra tiene este sector (incluidas las sanitarias, ojo) y precisando todos los peligros de un consumo irresponsable.

INCISO: Antes de entrar en los argumentos que entonces reuní, y que hoy me siguen resultando válidos, destacaré un fenómeno llamativo que a ningún espectador avezado se le oculta: en el mismo tramo horario en el que tanto celo se pone a la hora de supervisar las informaciones relativas al sector del vino, en ese mismo tramo horario, insisto, todas las televisiones hacen clara apología comercial de los refrescos azucarados, la bollería industrial o la fast food en sus múltiples manifestaciones.

Mis argumentos comenzaban, comienzan, con una obviedad: no tiene sentido alguno que el sector vitivinícola (casi) desaparezca de nuestra oferta informativa siendo, como es, un elemento clave en la economía y en la cultura andaluza. Más bien al contrario: debemos tener muy presente que nuestro futuro va a depender en gran medida del fomento de estas actividades (por sus beneficios económicos directos y también indirectos -cultura, gastronomía, turismo-), y eso implica acercarnos a ellas, desde el punto de vista informativo, de una manera sensata, profunda y didáctica. Y en ese esfuerzo, claro está, no se contempla, nadie en su sano juicio contempla, la promoción del consumo irresponsable de alcohol (nosotros, desde luego, nunca lo hemos hecho).

Un ejemplo paradigmático de esta manera de entender las informaciones sobre el vino la tenemos en la escuela infantil de venenciadores de Moriles (Córdoba), a la que dedicamos uno de nuestros reportajes.  Niñas y niños aprendiendo a venenciar, como una actividad extraescolar bien entendida y atendida. Niños conociendo, con buen criterio, todos los elementos de la cultura y la industria del vino. ¿Por qué? Porque su empleo, su futuro, las posibilidades de que se queden en su pueblo y este no pierda población ni empresas, pasa porque conozcan y aprecien desde pequeños la principal seña de identidad del municipio. Así lo contamos en «Tierra y Mar» y no creo que nadie pueda discutir la legalidad y la oportunidad de esta información).

Sí, yo soy de esos españolitos que una tarde de domingo en Londres, en el Estables Market de Camden Town, rechazan la cerveza y el gin tonic para entregarse a un moscatel dorado de Chipiona. Que conste que, con buen criterio, estaba en la carta de The Cheese Bar.

En gran medida, creo, esa obsesión que manifiestan algunas personas e instituciones en torno a las bebidas alcohólicas nace de una cierta confusión y, lo que es peor, de la incorporación de argumentos muy alejados de nuestra identidad cultural y del papel que en ella desempeña el vino. Los países anglosajones y, sobre todo, los nórdicos, tienen gravísimos problemas de alcoholismo (con todas sus derivadas y, en especial, las vinculadas a la violencia) asociados al consumo de destilados de alta graduación que nada tienen que ver con el vino. El vino, en los países meridionales, es un alimento que forma parte de la cultura y la dieta mediterráneas, se obtiene por procedimientos naturales, está vinculado a un cultivo que es fundamental para el sector agrícola (con fuerte repercusión social y ambiental), se bebe (casi siempre) como un elemento que enriquece las comidas y adorna las interacciones sociales. Dicho de otra manera, y a diferencia de lo que ocurre en otras latitudes con los destilados, en los países mediterráneos (casi) nadie compra una botella de vino para bebérsela, a solas y de golpe, metida en una bolsa de papel, escondido en un parque y a oscuras.

A pesar (o precisamente por ese motivo) de las infinitas regulaciones que limitan su venta y consumo, algunas de ellas absolutamente delirantes, el alcohol es un serio problema social, y lo digo por experiencia propia, en países como Suecia o Australia. Las regulaciones, inflexibles, no parecen haber surtido el efecto deseado, más allá de convertir la compra de una botella de vino en una odisea para la que se requiere tiempo, paciencia y un cierto capital.

Este último argumento (el vino es un alimento que nada tiene que ver con los destilados de alta graduación) es el que vienen defendiendo en las instituciones europeas (y en particular en el Parlamento) algunos políticos españoles para evitar que ese frente anglosajón imponga sus criterios, muy alejados de la verdadera naturaleza del vino, y de esa manera desaparezcan las ayudas al sector vitivinícola en los países mediterráneos y, en general, todas aquellas acciones que promueven, de una manera sensata, este alimento.

Las prohibiciones (sobre todo en lo que se refiere a los jóvenes) difícilmente resuelven un problema como el del alcoholismo que precisa, sobre todo, de educación, de divulgación, de pedagogía familiar… justo en lo que podemos ayudar nosotros, los medios de comunicación. Hablar bien del vino, explicar su origen y buen uso, apreciarlo, detallar los beneficios de su consumo moderado, advertir de los peligros que conlleva su abuso y revelar los vínculos con nuestra economía y cultura, es una estrategia que tiene muchas más ventajas que esa otra que busca callar y ocultar. Y esto no quita que deba perseguirse, y sancionarse, con la dureza que corresponde, a aquellos que, bajo los efectos del alcohol, cometen todo tipo de tropelías, desde la conducción temeraria hasta la violencia.

Así se anuncia la primavera en el pago de Montealegre (Jerez). Aquí empieza todo, en los suelos de albariza que prestarán cariño a las vides de Palomino y Pedro Ximénez. Hay mucha naturaleza, y mucha historia, y mucha cultura, y mucho arte… en una simple copa de vino.

A la vista de este post habrá quien, con la mejor de las intenciones, me advertirá del enorme riesgo sanitario que supone el consumo de alcohol, aunque sea moderado y tenga al vino como protagonista. Los argumentos que se relacionan con la salud, creo, no se corresponden con la rotundidad que expresan en sus limitaciones organismos como el Consejo Audiovisual, quizá por esa confusión entre vino y destilados. Revisiones científicas como la que publicó en su día la agencia de noticias científicas SINC abundan en esta idea sin despreciar, insisto, las consecuencias claramente negativas del abuso en el consumo de cualquier bebida alcohólica. Y valgan como muestra un par de testimonios, fiables, recogidos en esta información:

– “A día de hoy se acepta que el consumo moderado de vino, especialmente tinto, contribuye a reducir el riesgo cardiovascular “. Juan Carlos Espín, jefe del Departamento de Ciencia y Tecnología de Alimentos del CEBAS-Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

– “No creo que haya suficiente evidencia como para prohibir el consumo moderado de vino tinto”, afirma Núria Ribas, adjunta en el servicio de cardiología del Hospital del Mar, en Barcelona. De hecho, “las últimas guías de práctica clínica españolas todavía recomiendan un consumo máximo de una copa de vino al día en mujeres y dos en hombres”.

Y si lo que nos preocupa son las conductas violentas,en los países anglosajones llevan décadas estudiando la relación entre consumo de alcohol y violencia (investigaciones que se multiplicaron a raíz de la tragedia del estadio Heysel que, precisamente, derivó en la prohibición de consumir alcohol en los estadios de fútbol británicos). Pues bien, la mayoría de los especialistas consideran que no hay evidencias científicas suficientes que establezcan una relación directa entre ambas variables. Un resumen interesante sobre la cuestión lo encontramos en este reportaje de la BBC.

Un par de apreciaciones recogidas en este resumen aclaran un poco más la cuestión:  

– Aunque se suele pensar que la violencia en el fútbol se puede eliminar con la prohibición de la venta de alcohol en estadios, hay quienes piensan que el licor y la violencia no tienen una relación causal en el escenario futbolístico. Uno de ellos es Steve Frosdick, profesor de la Universidad de Birmingham, especialista en seguridad de eventos y autor del libro «Football Hooliganism», publicado en 2005.

Según Frosdick, el alcohol es solo una de las innumerables variables que influyen en los conflictos del fútbol: el racismo, la xenofobia e incluso la represión que puede generar la prohibición del alcohol son solo algunas de las causas de los conflictos que se dan en este deporte.

– Geoff Pearson, Ph.D de la Universidad de Liverpool, en su estudio sobre el tema, «On the lash», encontró que no existen pruebas científicas para probar que el alcohol produce conflictos.

INCISO: El trabajo de Pearson puede consultarse aquí

Lejos del ruido, y los ruidosos, estoy, como tantos sábados, sentado en mi jardín gaditano, al sol de invierno, con un puñado de aceitunas y una copa de amontillado, celebrando la vida. ¿Hay algún pecado en esta fiesta tan mediterránea?

Ninguno de estos argumentos hace bueno un consumo irresponsable de alcohol, pero considerar el vino como una droga, con las connotaciones que el término lleva asociadas, creo que es un disparate que en nada resuelve los abusos y, sin embargo, mancha el disfrute sano de un alimento que forma parte de nuestra identidad.

NOTA FINAL: En este blog el vino es uno de los grandes protagonistas de esos momentos estelares en los que, por un instante, nos creemos audaces enamorados (correspondidos), dueños de nuestro (mejor) destino y, en definitiva, (absurdamente) inmortales. Si una entrada resume los muchos textos que he dedicado a este alimento sagrado es esta: La lengua del vino.

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Desde el escenario, cuando dos mil personas te contemplan en silencio, el Liceu impresiona, pero hay cosas más impresionantes…

Como me crié entre las bambalinas del Teatro Góngora esa tramoya en penumbra, desde la que, sin arriesgar, se atisban los focos y el murmullo del público, me resulta un espacio cálido y familiar. Otra cosa distinta es saltar al escenario y verse expuesto a focos y a público. Sentir la descarga de adrenalina que antecede a las grandes ocasiones, esas en las que se mezclan el miedo y la felicidad. El reloj se espesa, el sonido se va acolchando y tres zancadas después se hace el silencio, un silencio que no conviene romper de manera atropellada, un silencio que hay que disfrutar.

El Gran Teatre del Liceu impresiona. Impresiona desde el patio de butacas así es que imaginaros lo que es subir al escenario, plantarse, en soledad y sin la barrera de confianza de un atril, ante más de 2.000 personas y disfrutar de esos dos o tres segundos de silencio antes de decir lo que uno ha venido a decir, lo que, quizá, nadie haya dicho antes en ese escenario.

Junto a mí, dándome el calor imprescindible, una representación de los muchos profesionales que hacen posible «Tierra y Mar» (Esther, Nuria, Susana, Abraham, Sol…) y el propio director general de la Radio Televisión de Andalucía (RTVA), Juan Manuel Mellado, ocupando, por voluntad propia, un discreto segundo plano que le honra.

«Impresiona el Liceu. Impresiona mucho, pero os aseguro que impresiona más una levantá de atunes rojos en una almadraba de Cádiz, o un amanecer en el Cerro de los Ánsares, en el corazón de Doñana; y aún impresionando más, allí no llegan los focos, allí casi nunca llegan las cámaras y nunca llegan los aplausos. Ese es nuestro escenario natural, esa es la redacción de Tierra y Mar, esos son los rincones a los que acudimos todas las semanas buscando historias sencillas, de gente discreta, que nos habla de una Andalucía que trabaja y que innova «. Después de disfrutar ese par de segundos de silencio sobrecogedor, así comenzaron mis palabras de agradecimiento en el Gran Teatre del Liceu la noche del 14 de noviembre de 2019, cuando recogí el Premio ONDAS otorgado al programa «Tierra y Mar» (Canal Sur Televisión), el primer ONDAS en la historia de la televisión pública andaluza (nacida en 1989) concedido a un programa informativo de producción propia, el primero en la historia de los premios ONDAS otorgado a un programa informativo dedicado al sector primario y al periodismo ambiental.

Hablando con acento andaluz en donde no siempre se aprecia el acento andaluz.

Andalucía en el corazón de Cataluña. Barbate en Barcelona. Doñana en Las Ramblas. Atunes rojos en el Liceu. Las historias sencillas de la gente del sur ocupando butaca junto a David Broncano, Carlos Herrera, Rosalía, Jordi Évole, Candela Peña, Rosa María Calaf, Pepa Bueno, Carlos Alsina o Andreu Buenafuente.

En el escenario del Liceu hubo espacio, aquella noche, para un periodismo amable (que no complaciente), un periodismo austero (por obligación y también por convicción), un periodismo con acento andaluz en donde no siempre se aprecia el acento andaluz.

Si no existiera la Radio Televisión de Andalucía, ¿quién nos otorgaría la posibilidad de hacernos visibles en el torbellino de las grandes cadenas nacionales e internacionales? ¿Quién se ocuparía de los grandes titulares pero también se acercaría a las pequeñas historias? ¿Quién sabría interpretar las claves de la cultura andaluza, sus señas de identidad? ¿Quiénes serían los traductores, a escala doméstica, de los grandes desafíos -pandemia, cambio climático, inmigración, crisis económica, política europea…-? ¿Qué televisión en España mantiene en antena un informativo del sector primario desde hace más de 30 años, y un informativo de medio ambiente desde 1998? ¿Quién saca el acento andaluz de las comedias para colocarlo en los informativos? ¿Quién habla del sur?

Es cierto que todas estas virtudes no siempre se expresan con la luminosidad necesaria, y hay sombras que hacen muy difícil el ejercicio de un periodismo digno y riguroso. Resulta triste comprobar, en nuestro día a día, cómo muchas personas se sorprenden al ver el resultado de nuestro trabajo y nos confiesan que no se esperaban el cuidado, el conocimiento, la ecuanimidad, la empatía… con que nos hemos acercado a una realidad compleja para intentar explicarla de manera honesta. Llamar «periodismo» a lo que sólo es desconcierto y bulla, a la información que se construye con artificio, morbo, suposiciones y espectáculo, es ensuciar esta profesión y confundir a los ciudadanos hasta convencerlos de nuestra intrascendencia, de nuestra inutilidad.

La situación de la Radio Televisión de Andalucía es ciertamente compleja, muy delicada. Pero bajo el oleaje y el ruido, con demasiada frecuencia interesados, hay un territorio discreto en donde trabajan muchos profesionales honestos, responsables y conciliadores; profesionales ajenos a otros intereses que no sean los del servicio público y preocupados, muy preocupados, por el manoseo político y los recortes, injustos, que sólo nos conducen al precipicio.

Antes que juzgar el periodismo busca entender, y para eso requiere reposo, conocimiento, contención y rigor. Se nos olvida que informar, in-formar, es dar forma y, por tanto, explicar, interpretar, y en ese esfuerzo hay que acercarse a los ciudadanos con calma y empatía. Y escuchar. Por eso necesitamos una mirada profesional abierta, democrática y conciliadora.

No tuve que contarlo en ningún sitio ajeno a mi propia empresa, a la que, por cierto, llegué superando una oposición libre en 1989, porque el texto donde tuve oportunidad de explicar mi manera de entender este trabajo, el trabajo de un periodista ambiental en una televisión pública, me lo pidieron los compañeros de nuestra página web con motivo de la concesión del ONDAS. Quiero creer que en ese texto muestro, con sinceridad, cómo entiendo yo el periodismo; cuál es, a mi juicio, el sentido de una televisión pública; por qué perdemos credibilidad ante nuestros espectadores; qué valor tiene el trabajo en equipo. Así es como miro a Andalucía desde mi oficio. Así es como defiendo lo que, siendo obvio, tenemos que seguir defendiendo todos los días, y ahora más que nunca (1).

Me pude permitir hablar de atunes en el Liceu porque la televisión andaluza, una televisión pública, atiende, más allá de los grandes titulares, a lo que ocurre en una almadraba de Barbate, en una pequeña cofradía de pescadores, en la diminuta embarcación de un arráez. Mirar, escuchar y contar, explicar lo que ocurre cerca, muy cerca, tan cerca que a veces no podemos distinguirlo de lo que somos nosotros mismos. Identidad sin soberbia. Una identidad que tiene que ver con el asombro y no con el horror; con el respeto y no con la imposición; con la convivencia y no con el egoísmo. Nuestra identidad, la de Andalucía, la del Periodismo.

(1) Nota al pie: El pasado jueves, 3 de diciembre, creí necesario volver a explicarme, esta vez en las redes sociales, porque la situación de la RTVA origina no pocas confusiones en la opinión pública y algún que otro malentendido entre compañeros. Hoy, dos días después, los tuits que remiten a aquel artículo que escribí en la web de Canal Sur suman más de 31.000 impresiones y, lo que para mí es mucho más importante, han servido para que muchos colegas de profesión, científicos, ambientalistas, ONGs, educadores, universidades, medios de comunicación… enriquezcan con sus propias reflexiones este debate. Seguro que me olvido de alguien, pero hasta este momento, y entre otros, han señalado estos mensajes, y en algunos casos se han sumado a este diálogo virtual en torno a los principios del buen periodismo en una televisión pública, Javier Valenzuela (Asociación de Periodistas de Información Ambiental APIA), Nuria Castaño (periodista), Nino Sanz (biólogo), María García (APIA), Carlos González Vallecillo (biólogo y comunicador), Toni Calvo (Asociación Española de Comunicación Científica AECC), Isabel Morillo (El Confidencial), José Sierra (periodista), Regenera Hub, WWF, María Antonia Castro (APIA), Félix Tena (À Punt), Jesús Soria (SER Consumidores), Isabel Gómez (RTVA), Red Ecofeminista, Elia Valladares (RTVA), Pilar Marín (Oceana), Sostenibilidad a Medida, Juanjo Amate (ambientólogo), Pilar Ortega (RTVA), El blog de la lincesa, José Manuel García (periodista), David F. Caldera (Diputación de Granada), Raúl de Tapia (Fundación Tormes), Joaquín Tintoré (CSIC), Clara Aurrecoechea (RTVA), María José Montesinos (RNE Aragón), Medio Ambiente y Ciencia CYTlab, Roberto Ruiz Robles(Instituto Superior del Medio Ambiente), Álex Fernández Muerza (Universidad de País Vasco), Rafa Ruiz (El Asombrario), Life Invasaqua, AMA KD301 (Agente de Medio Ambiente), Dani Rodrigo (Universidad de Sevilla), Hombre y Territorio, César Javier Palacios (periodista 20 Minutos), Life Watercool, Rosa M. Tristán  (Laboratorio para Sapiens), Arturo Larena (EfeVerde), Plataforma en Defensa de la RTVA, Vega Asensio (ilustradora científica), Pepelu Ramos (RTVA), Carlos Centeno (Universidad de Granada), Asociación de Periodistas de Información Ambiental (APIA), Ángel Torcuato (ADM), Asociación Naturalista de Yuncos, Agencia Nodos, Luis Guijarro (APIA), Antonio Rivero (Grayling España), Fidel del Campo (RTVA), Agrupación de Trabajadores de Canal Sur, Joaquín Araujo (escritor y naturalista), Maite Mercado (Universidad CEU y Diario Levante), Rosa Llacer (Descubre Comunicación), Ignacio Bayo (Divulga), Alejandro Caballero (Informe Semanal TVE), Diego Muñoz, Esther Lazo (RTVA), Juan Armenteros (RTVA), Bienvenido León (Universidad de Navarra), José Antonio Montero (Revista Quercus), Fernando Valladares (CSIC), Miguel Ángel Ruiz (La Verdad, Murcia), Guillermo Prudencio (WWF), Eva Rodríguez (Agencia SINC), Región de Murcia Limpia, José Luis Gallego (naturalista y escritor, Onda Cero), Pau Ivars (periodista), Eva González (Europa Press), Mónica Salomone (periodista de ciencia), Jesús Soria (SER Consumidor), Feria de la Ciencia, Greenteam Spain, EcoInfluencer, Astrid Vargas (Commonland), CDOverde (Creadores de Opinión Verdes, EfeVerde), Gemma Teso (Universidad Complutense), Antonio Cerrillo (La Vanguardia), Benigno Varillas (periodista y naturalista), Piluca Nuñez (Asociación Empresarial Eólica), Centro de Estudios de Ciencia, Comunicación y Sociedad (Universidad Pompeu Fabra), Josechu Ferreras (Argos y Feria de la Ciencia), Carmen Lumbierres (politóloga), Pepe Verón (SER Aragon, Universidad San Jorge), César Colunga (Universidad Autónoma de Querétaro), Cristina Monge (politóloga, ECODES), Óscar Menéndez (Explora Proyectos), Rosa M. Cantón (ambientóloga), Cristina Mata Estacio (Universidad Autónoma de Madrid), Vicent Devís (À Punt), Victoria Mendizábal (Universidad Nacional de Córdoba, Argentina), Pepe Damián Ruiz (Universidad de Málaga), Jorge Velarde (biólogo), Gerardo Pedrós (Universidad de Córdoba), Carmen Elías (RTVA), Judit Alonso (DW Español), María José Gómez-Biedma (RTVA), Marta Villar (CEU San Pablo Madrid), Jorge Velarde (biólogo), Paco García (SECEM), Rosa Pradas (APIA), Juan Matutano (educador ambiental), Jose M. López de Cózar (APIA), Leo Zurita (realizadora), Mangas Verdes Radio, Teresa Palacio (periodista), José Carlos Guerrero (Universidad de la República, Uruguay), Álvaro Rodríguez( Climate Reality Spain), Alfredo Batlencia (Verdemar), Izan Guerrero (periodista), Mar Verdejo (paisajista), Juan María Calvo (periodista), Facultad de Comunicación (Universidad San Jorge), Sita Méndez (AECC), Rubén Casas (wildlife filmmaker), Araceli Caballero (periodista), José A. García (Universidad Miguel Hernández), Maria Josep Picó (Universitat Jaume I), Alejandro Guelfo (Mis Peces), Geoparque de Sobrarbe, Manuel Colón (Universidad de Cádiz), Mercedes de Pablos (periodista), Teresa Cruz (Fundación Descubre), María Ruiz (RTVA), Belén Torres (RTVA), Héctor Márquez (periodista, Aula Savia), Felipe Molina (biólogo y ganadero)… y la lista sigue creciendo.

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Nota previa: este post está salpicado de enlaces (más de cuarenta) a fuentes informativas complementarias. Basta situarse sobre las palabras resaltadas para consultar dichas fuentes. Que nadie se queje de falta de datos.

Sé que muchas personas no reparan en lo que sería tener que seguir batallando contra la difteria, el sarampión, la rabia o el tétanos. Sé que la mayoría de estas personas viven en países desarrollados y jamás han visto a nadie de su entorno padecer alguna de estas terribles enfermedades. Sé que quien no quiere, de forma temeraria, vacunarse, o que vacunen a sus hijos, contra estas u otras enfermedades lo hace aprovechándose de la protección que le brinda el grupo, el elevado porcentaje de ciudadanos que, en países desarrollados, se vacunan para protegerse ellos y proteger así a los demás. Si conocen esta ventaja y actúan así son egoístas y si no lo saben son ignorantes, y esta segunda condición es la que me anima a escribir este post (contra la primera anomalía, contra el egoísmo, es mucho más difícil actuar, sobre todo en adultos informados).

Claro que el anuncio de BioNTech-Pzifer y Moderna a propósito de la efectividad de sus vacunas contra la COVID rinde beneficios económicos a estas empresas. Claro que esta noticia anima las bolsas de medio mundo. Por supuesto que los gobiernos corren a encargar, pagando por adelantado, sus partidas de inyectables. ¿Pero es que todos estos efectos secundarios invalidan el tremendo esfuerzo científico que nos ha llevado a este punto en menos de un año? ¿Acaso el descubrimiento de una nueva vacuna, para la enfermedad que sea, puede acabar convirtiéndose en una mala noticia?

Inciso para cuñados: BioNTech (2008) y Moderna (2010) son starups nacidas en la crisis financiera de 2008, impulsadas por científicos cuarentones de varios países y culturas. Han invertido cientos de millones antes de ofrecer estas vacunas, que son sus primeros productos. Han manejado tiempos largos, un riesgo extremo en las inversiones y se han arriesgado a una tasa de éxito mínima (Moderna, cotizada en Bolsa, nunca ha dado beneficios en sus diez años de vida). ¿Merecen sus promotores recibir ahora el retorno de su inversión, el premio a su atrevimiento? El análisis de Jorge Barrero, de la Fundación COTEC, puede servir para aclararnos algo esta cuestión.

Aún quedan muchos interrogantes por despejar: cuánto dura la inmunidad que proporcionan estas vacunas, cómo actúan según los diferentes grupos de edad y riesgo, sólo resuelven infecciones graves o también evitan la propagación del virus… Y, además, hay que enfrentar el esfuerzo logístico preciso para distribuirlas, una tarea que no sólo debe atender a criterios de eficacia (garantizando, por ejemplo, la rigurosa cadena de frío imprescindible para conservarlas) sino también a principios de equidad, de justicia, de solidaridad, de legitimidad… El bien común debe primar sobre cualquier otra consideración: ética y ciencia deben ir de la mano.

Pero aún teniendo que despejar interrogantes y batallar por un uso ético de estos remedios, no podemos, no debemos, dejar que el desconocimiento (o el miedo que se alimenta del primero) nos haga renegar de una vacuna (el egoísmo, insisto, es más difícil de vencer que la ignorancia).

Y con el simple afán de ofrecer evidencias razonables y hacer un poco de pedagogía, de ciencia para todos los públicos, asistí al programa “Despierta Andalucía”, la apuesta informativa más tempranera de Canal Sur Televisión. Mis compañeros, Álvaro Moreno de la Santa y Victoria Romero, me pidieron que explicara en qué situación se encontraba el asunto de las vacunas contra la COVID, y también que despejara las dudas en torno a la relación del coronavirus con la fauna en general y con nuestras mascotas domésticas en particular. Sin alarmismos (eso no forma parte de un periodismo responsable) y con el profundo sentido de servicio público con el que siempre me enfrento a este tipo de retos en los que trato de explicar lo complejo a personas que ni son especialistas ni tienen por qué serlo, a ciudadanos de a pie preocupados por una enfermedad que amenaza, por segunda vez en un año, con colapsar nuestro sistema sanitario.

En las pocas notas que coloqué sobre la mesa, para no olvidar nada sustancial, escribí en mayúscula tres palabras: OPTIMISMO, CAUTELAS Y BULOS

OPTIMISMO

Insisto: que en menos de un año se hayan anunciado ya dos vacunas eficaces (aunque tengamos que esperar los resultados completos y la validación de estos por parte de la comunidad científica), que una tercera (AstraZeneca-Universidad de Oxford) esté muy cerca de un anuncio parecido, que 11 prototipos de vacuna estén en la fase final de los ensayos en humanos y que cerca de 200 se estén desarrollando en diferentes fases clínicas y preclínicas, es una buena noticia y la demostración de un potencial científico jamás conocido.

Que BioNtech y Moderna hayan apostado por una tecnología nunca antes usada en vacunas para humanos (ARN mensajero), arriesgando un volumen importante de capital, y que la apuesta esté dando resultados positivos también es una buena noticia, porque más allá de la COVID abre nuevos horizontes en el complicado universo de la inmunología y en la prevención de otras muchas enfermedades.

Que las principales industrias farmacéuticas a escala planetaria se hayan unido para resistir a las presiones políticas y así poder respetar los plazos de seguridad en el desarrollo de vacunas y tratamientos frente a la COVID, y que ya estén funcionado alianzas internacionales para recaudar fondos y garantizar el suministro de vacunas a los países más desfavorecidos, también son noticias que alimentan la esperanza.  

Creo que son suficientes razones para el optimismo, aunque no sea un optimismo ciego (atención al capítulo de cautelas), sobre todo si volvemos la vista atrás y pensamos en la situación que se nos planteaba en febrero o marzo, hace menos de diez meses.

CAUTELAS

La innovación de BioNtech-Pzifer y Moderna tiene un precio: las vacunas de ARN mensajero son inestables y necesitan por ello condiciones de conservación muy exigentes. En el caso de BioNtech-Pzifer los viales deben almacenarse en torno a los – 70 ºC, mientras que los de Moderna pueden conservarse hasta seis meses a una temperatura de – 20 ºC. En ambos casos se requiere una logística compleja y costosa, y si bien Moderna juega con algo de ventaja en ese capítulo no es menos cierto que BioNtech-Pzifer tendrá más capacidad de producción y un precio algo más moderado ya que su vacuna requiere una dosis más reducida (30 microgramos) que la de Moderna (100 microgramos).

Estas dos vacunas, y muchas otras de las que están en desarrollo, deben ser administradas en dos dosis (separadas entre tres y cuatro semanas). Teniendo en cuenta que la inmunidad de grupo, que es la que evita que el virus se propague actuando como un cortafuegos, se alcanza cuando el 60-70 % de la población está protegida frente al coronavirus, en el caso de España (47 millones de habitantes) sería necesario vacunar a un mínimo de 28 millones de personas, lo que supone administrar más de 56 millones de dosis respetando, además, el intervalo fijado entre la primera y la segunda dosis. ¿Cuánto tiempo se requiere para conseguir estas cifras de vacunación? Pensemos en una de las pocas referencias conocidas como es la vacunación estacional frente a la gripe: en unos tres meses se administran entre 5 y 6 millones de dosis (este año quizá algo más). Siendo realistas, es difícil que, si las vacunas funcionan y su producción a gran escala se desarrolla sin contratiempos, la inmunidad de grupo se alcance antes del segundo semestre de 2021. ¿Y mientras tanto qué hacemos? Resistir con las únicas herramientas eficaces, dolorosas pero eficaces: confinamientos, limitación de actividades, reducción de interacciones sociales, uso generalizado de mascarillas, máxima atención a la higiene y la distancia social… Mientras llegan las vacunas y se alcanza la inmunidad de grupo hay que evitar a toda costa el colapso del sistema sanitario, otras estrategias (ver el capítulo de los bulos) se apoyan, con débiles argumentos científicos, en la pura y dura insolidaridad (sálvese quien pueda).

Justo en este punto del proceso, el de la vacunación, aparece una cautela que se puede convertir en un peligroso escollo y que es, insisto, el que me anima a escribir este post. Según diferentes sondeos un número más que apreciable de ciudadanos expresan serias dudas frente a la vacunación hasta el punto de considerar la posibilidad de no vacunarse o de defender la tesis de que hay una conspiración detrás del desarrollo de estos fármacos. Por mucho que sean los resultados de encuestas reflejan un estado de ánimo y, sobre todo, un nivel de miedo y desconfianza que exige un esfuerzo de pedagogía, responsabilidad y consenso social. Y aquí tenemos una enorme tarea los medios de comunicación.

Considerar la vacunación contra la COVID como obligatoria sería la peor opción, por el daño que se hace al consenso que nace del acuerdo voluntario. El ejemplo de la donación de órganos, en donde somos líderes a nivel mundial, es contundente al respecto: aunque la ley lo permita es muy raro que las autoridades decidan extraer órganos para trasplante sin el consentimiento de la familia.

Inciso para cuñados: sí, la ley permite la vacunación obligatoria, y de hecho es un recurso al que ha habido que recurrir no hace mucho ni muy lejos (Granada, brote de sarampión en 2010: un juez ordena la vacunación de 35 niños).

¿Qué ocurriría si disponemos de vacunas eficaces pero el rechazo social impide alcanzar los porcentajes de vacunación que brindan inmunidad de grupo? ¿Cómo se resuelven algunos de los dilemas morales que plantea el respeto a la vacunación voluntaria? ¿Sería tolerable, por ejemplo, que el personal de una residencia de ancianos se negara a vacunarse? ¿Podríamos asumir, por ejemplo, que los compañeros de clase de nuestros hijos no estuvieran vacunados?  

Mejor que obligar es convencer, y el convencimiento nace del conocimiento. Todos los esfuerzos por hacer pedagogía, insisto, son pocos. Todas las batallas contra los bulos serán pocas.

BULOS

Hace unos días publiqué en este mismo blog un texto (El pastor inmune) destinado a combatir uno de los bulos más peligrosos que andan circulando en todo tipo de soportes, esa tesis (supuestamente respaldada por numerosos especialistas) que defiende el establecimiento de la inmunidad de grupo de manera “natural”, es decir, dejando que el virus circule libremente, infecte a quien tenga que infectar y se alcance la protección de los ciudadanos en un corto plazo sin hacerles pagar el alto precio de los confinamientos, la limitación de actividades o el toque de queda («protección focalizada» es el eufemismo elegido para esta estrategia). En el post reúno evidencias suficientes, apoyadas en documentos fiables, pero de forma resumida os diré que esta tesis se sostiene en argumentos científicos muy débiles, en posicionamientos poco éticos e insolidarios, está vinculada a un think-tank que cuestiona el cambio climático, está suscrita por un buen número de “desconocidos” (siendo benevolente en la definición), contradice el posicionamiento de la OMS y, sobre todo, debilita los esfuerzos que, desde la sanidad pública, se están realizando para frenar la pandemia en tanto llegan vacunas y tratamientos eficaces. Teniendo en cuenta las tasas de mortalidad que manifiesta la COVID apostar por esta estrategia supondría, como mínimo, disparar los fallecimientos en nuestro país hasta los 400.000 (a fecha de hoy se han registrado, de manera oficial, algo más de 42.000 muertes). ¿Estamos dispuestos a pagar este precio en vidas humanas? ¿Seguro que el confinamiento es peor? Quizá lo más razonable sería proteger de manera efectiva a los más débiles frente al coste, social y económico, del confinamiento mientras llegan las vacunas y los tratamientos más eficaces,  y no embarcarse en un “sálvese quien pueda” que siempre hace que se salven los mismos.

ANEXO: MASCOTAS INOCENTES

Este coronavirus, por mucho que se empeñen algunos conspiranoicos, tiene un origen animal. Posiblemente el reservorio del patógeno original se localice en algunas especies de murciélagos y en su viaje hacia los humanos haya contado con algunos hospedadores  intermedios, como la civeta, pero el caso es que, sin duda alguna, la destrucción de la biodiversidad ha impedido que la naturaleza frene, con sus múltiples mecanismos de ajuste, ese salto de animales a humanos.

Desde que empezó la pandemia se han multiplicado los estudios para establecer el impacto del coronavirus en la fauna, y así ha podido establecerse que hay especies animales más vulnerables al patógeno y otras que no lo padecen. Especies que se infectan a partir de los humanos con los que conviven pero no lo transmiten a otros humanos, y especies que se infectan y transmiten la COVID.

El grupo más preocupante es el de los mustélidos (visones, hurones, turones, comadrejas…) donde ya se ha certificado la presencia del virus y la posibilidad de que se transmita a humanos. Los operarios de algunas de las granjas en donde se crían visiones han infectado a estos mamíferos y, una vez infectados, se han convertido en agentes capaces de propagar la enfermedad a otros humanos. Y para empeorar las cosas, en este tránsito humano-animal-humano el virus sufre mutaciones que, en el peor de los casos, podrían reducir la efectividad de algunas vacunas. Estos animales, además, podrían convertirse en un reservorio del patógeno, de manera que aunque lucháramos contra él en el territorio de los humanos siempre cabría la posibilidad de una nueva epidemia que partiera de los coronavirus “ocultos” en los mustélidos.

En lo que se refiere a los animales domésticos, aquellos que mayor interacción tienen con los humanos, hay algunos que apenas parecen verse afectados por la COVID, como es el caso de los perros, los cerdos, las gallinas o los patos. Los gatos serían, en este caso, los más vulnerables al patógeno, aunque en todo el mundo se han descrito muy pocos casos de gatos infectados (un solo caso en España) y ninguno en el que el gato transmitiera el patógeno a un humano (quizá juegan a su favor los hábitos de autohigiene de estos felinos y su reducido tamaño en relación a un humano, con lo que la carga viral presente en la respiración de estos animales sería muy reducida, aunque estas son meras especulaciones). Incluso en las investigaciones que se han realizado sobre la incidencia que tienen en las tasas de infección determinados comportamientos, se ha advertido el riesgo de infección que conlleva ser propietario de un perro pero no por culpa del animal sino por el hecho de que sus paseos en el exterior del domicilio suponen la interacción con personas y superficies potencialmente infectadas y el posible traslado del patógeno a la vivienda.

En resumen, aunque el riesgo de infección es casi despreciable hay que extremar las medidas higiénicas en el contacto con nuestras mascotas (asearlas y asearnos nosotros cuando nos relacionamos con ellas) y, sobre todo, si padecemos la COVID debemos aislarnos de nuestras mascotas al igual que hacemos con los humanos, para evitar contagiarlas y extender así la circulación del patógeno.

Y no olvidemos que las mascotas juegan un papel imprescindible como animales de compañía para muchas personas que están sufriendo un terrible impacto emocional durante la pandemia. Son terapeutas gratuitos, sanitarios no reconocidos, cuidadores incondicionales. E, incluso, actúan como poderosos fármacos naturales capaces de evitarnos algunas enfermedades, algo que no es una mera suposición sino que ya ha sido avalado por interesantes investigaciones (en aquellos hogares en los conviven gatos y bebés, por ejemplo, los primeros son capaces de inactivar en los segundos un gen que predispone al asma, de manera que muchos de esos niños jamás padecerán esa enfermedad –porque el efecto dura toda la vida- y también serán menos vulnerables a las bronquitis y las neumonías).

EPÍLOGO

Aún en mitad de la tormenta hay muchos motivos para la esperanza. Sabemos la causa de esta enfermedad, sabemos cómo frenar su transmisión (aunque las herramientas sean dolorosas y causen daños colaterales), estamos a punto de contar con vacunas eficaces, se sigue trabajando en tratamientos específicos, nuestro sistema sanitario (gracias al sacrificio de muchos profesionales) está resistiendo las embestidas del coronavirus y la comunidad científica trabaja con un grado de cooperación e intensidad nunca antes conocido. Y todo esto en sólo diez meses.

[ Explicarlo en televisión cuesta un poco más. El esfuerzo de síntesis, conceptual y de lenguaje, es tremendo cuando se trata de información científica, por eso son tan valiosas estas ventanas en una televisión pública.]

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Cada cierto tiempo un crimen atroz nos sobrecoge: las niñas de Alcásser, Rocio Wanninkhof, Madeleine, Mari Luz Cortés, Marta del Castillo, Ruth y José…

Cada cierto tiempo la realidad nos recuerda que la maldad existe y está ahí afuera, cerca de casa.

Por si el espanto que todos estos casos provocan en las personas de buen corazón no fuera suficiente, algunos colegas (¿colegas?) se ocupan de multiplicar el dolor hurgando en las heridas, removiendo el fango, retorciendo los sucesos hasta encajarlos en esos brillantes contenedores donde el espectáculo más macabro se disfraza de periodismo.

Hace algunos años Enric González lo explicaba de manera magistral refiriéndose a la feria que algunos medios habían montado en torno a la tragedia de Marta del Castillo:

Hay algo que deberíamos establecer con claridad: el «seguimiento mediático»  no tiene nada que ver con el periodismo. Es espectáculo y entretenimiento, generalmente de mal gusto, pero no periodismo. ¿Es información? Sí, como las etiquetas de las conservas, las matrículas de los coches o la posición de las estrellas. El periodismo es otra cosa.

La distorsión resulta especialmente notoria en las televisiones. Los únicos programas que pueden ser juzgados bajo criterios periodísticos son lo que llamamos telediarios. Lo demás, aunque contenga periodistas, se atiene a otras normas que, en general, podemos resumir en una: audiencia.

Vayamos haciéndonos a la idea de que el periodismo representa sólo una porción pequeña y decreciente de la oferta mediática. El periodista no sólo debe comprometerse a proporcionar una información fiable y contrastada, sino que debe someterse a una serie de reglas deontológicas. En el entretenimiento informativo no se requieren ni fiabilidad ni límites”.

Ryszard Kapuscinski, al que ya he citado en este blog, apuntaba algunas posibles explicaciones a este enigma por el cual los responsables de cierta programación televisiva se empeñan en ofrecer productos que, aún reuniendo audiencias millonarias, son repudiados por su banalidad, su escaso rigor y su mal gusto. Hoy los medios de comunicación, aseguraba el periodista polaco, “se gobiernan de tal manera que pesa más el criterio empresarial que el informativo. Las televisiones están lideradas por economistas, publicistas, expertos en marketing y analistas de audiencias, mientras que los periodistas se colocan en un segundo plano. Al menos los periodistas que responden, quizá, a un modelo de este oficio por desgracia ya caduco”. “Antes”, insistía, “la profesión de periodista era un trabajo de especialistas. Había un limitado grupo de periodistas especializados en algún campo en concreto. Ahora la situación ha cambiado por completo: no existen especialistas en ningún campo”. Y concluye: “Los medios de comunicación, la televisión, la radio, están interesados no en reproducir lo que sucede, sino en ganar a la competencia. En consecuencia, los medios de comunicación crean su propio mundo y ese mundo suyo se convierte en más importante que el real”.

Vaya, ya salió la famosa máxima que desde los orígenes de este oficio siguen, con verdadera devoción, algunos profesionales (¿profesionales?) del gremio: “No dejes que la realidad te joda un buen titular”. Porque una cosa es la realidad, y otra, muy distinta, es nuestra realidad, ese mundo que con demasiada frecuencia se inventa la televisión para que sea más atractivo, más polémico o más tranquilizador.

Umberto Eco se preguntaba en un debate sobre los reality show  en televisión: “¿La boda de Ladi Di hubiera sido igual sin la presencia de la televisión?” La respuesta, obviamente, era que no porque, entre otras cosas, a los caballos que escoltaban el séquito, y esta es una anécdota bastante extravagante aunque cierta, se le administraron  laxantes para que todas sus defecaciones tuvieran un mismo tono de color y pasaran así discretamente inadvertidas en las televisiones de medio mundo. La mierda y la realeza, aunque a menudo convivan, casan mal en televisión si lo que queremos vender es glamour. En televisión ese espectáculo resultaría escatológico, aunque se admita la más dura pornografía cuando de lo que se trata es de vender un crimen.

Y todas estas reflexiones vienen a cuento porque durante unos días me he sentido (una vez más) orgulloso de trabajar en los informativos diarios de Canal Sur TV, la televisión pública andaluza, desde donde nos hemos enfrentado al crimen de Ruth y José, o a la tragedia del incendio forestal de la Costa del Sol, con el respeto y el rigor que merecen informaciones que hablan de dolor, de pérdida, de sufrimiento.

No todas las televisiones son iguales. No es verdad. Otra televisión no sólo es posible sino que ya existe, y la hacen (más allá del color de los gobiernos y los vaivenes presupuestarios) profesionales rigurosos y comprometidos con el servicio público.

La mierda no es bueno disfrazarla, pero tampoco conviene revolcarse en ella…

P.D.:  Es justo no olvidar que algunos compañeros y compañeras se revuelcan en la mierda siguiendo órdenes, para poder así ganarse un sueldo… de mierda. Pobre Periodismo.

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