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La sumiller dijo «Cámbrico» y quise imaginar las viñas que crecen, sin prisa, sobre las rocas de granito, el magma que hace 500 millones de años se enfrió en las laderas más escarpadas de la Sierra de Francia.

«Está pasando un minuto en la vida del mundo. Píntalo como es» (Paul Cézanne)

En la escala temporal del Universo somos una anécdota. Y aún así, cuando renunciamos al orden y a la razón, cuando nos entregamos a lo inesperado y abandonamos el parloteo del intelecto, cuando solamente escuchamos el rumor primitivo de ese caldo arcaico en el que flotan las neuronas, el eco de todo lo que fuimos y seremos, entonces, y sólo entonces, tenemos la rara capacidad de convertir en infinito un instante diminuto. Así de raros somos los humanos: efímeros chispazos en mitad de la oscuridad y, a un tiempo, dueños (inconscientes) de la única eternidad posible.

«Ya no soporto ningún discurso racional, todo lo que ha hecho que el mundo sea el mundo, todo lo que ha sido bello y grande en este mundo, no ha nacido nunca de un discurso racional« (Arte, Yasmina Reza)

La amistad, incluso sometida a la cruel sinceridad con la que juega Yasmina, también es una rareza de la condición humana. Una forma de amor que es más compleja que el mismo amor (por eso necesita tanta atención y cuidados). Un vínculo tan frágil que puede quebrarse con una sola palabra (una sola). Un lazo tan poderoso que suele permanecer inalterable sin que medie la voluntad de los amigos (la encontramos, intacta, justo en el lugar en el que la abandonamos, distraídos). Un pequeño triunfo frente al dolor de lo absurdo, porque en la amistad todo tiene sentido (todo). Un quiebro, travieso, a la razón y a lo razonable, a la posesión, al miedo y a la soledad. Una tímida victoria frente al paso del tiempo, porque la amistad es uno de los pocos lugares en donde no nos abruma la eternidad.

Si nos alcanza el infinito que sea con una sonrisa y en buena compañía…

La mano del hombre sólo puede llegar en este proceso –es casi una cuestión de fe – hasta un discreto límite de vigilancias y enmiendas. Lo demás, el recóndito carácter del vino, su personalidad propia, el más vivificante secreto de sus virtudes, se hace sólo con el tiempo o no se hace nunca  (Breviario del vino, José Manuel Caballero Bonald).

La sumiller dijo «Cámbrico«, sin vacilar, y añadió algunas virtudes a las que, creo recordar, no prestamos especial atención, convencidos, o dudosos (vaya usted a saber), de que el guiño geológico no desentonaba con las rocas, la madera y las caracolas; el apunte prehistórico era oportuno y la rotundidad de una palabra que prometía tiempo, mucho tiempo, era el complemento perfecto para una noche en la que, una vez más y sin expectativas, íbamos a saldar nuestras cuentas de esa forma desordenada, divertida y cálida que espantaría al mejor contable.

Estaban los viejos granitos, el rumor de las caracolas, el tintineo del vidrio, el eco de nuestras palabras…

Las viñas crecieron, sin prisa, sobre las rocas de granito, el magma que hace 500 millones de años se enfrió en las laderas más escarpadas de la Sierra de Francia. Las raíces, tozudas, sortearon durante más de medio siglo las trampas del cascajal para lamer, sin prisa, el agua escondida. El mosto también fermentó sin prisa y, sobre todo, sin que nadie tuviera que dictarle las reglas de ese milagro que sólo necesita tiempo. Y así, con calma, el vino llegó a la botella, y la botella a la bodega de ese rincón de Santa María y, por fin, una noche cualquiera, o mejor dicho, la única noche posible, alcanzó nuestras copas y se agitó, para despertar, justo antes del brindis, como aquel magma primigenio que burbujeaba en el Cámbrico, hace 500 millones de años, cuando no éramos nada, ni éramos nadie y lo éramos todo.

«La nada en si misma — en vez de ser un espacio vacío, como en occidente– vibra de posibilidades. Es un mundo aparte: ningún lugar, cualquier lugar, todos los lugares» (Wabi Sabi para Artistas, Diseñadores, Poetas y Filósofos, Leonard Koren)

La deuda sólo quedó saldada unos minutos. En nuestras manos el equilibrio, afortunadamente, dura poco, muy poco…

 

El trazo de una pluma (azul eléctrico) subraya palabras y salpica resplandores aquí y allá, humanizando decretos y sonriéndole al mañana. Hay planes, procedimientos y proyectos que reclaman, al fin-por fin, la armonía y los compases de una vida propia. En las agendas, esas en donde el porvenir descansa en sillas escondidas, brillan citas posibles e imposibles, sin que seamos capaces de distinguir unas de otras. Es el tiempo el que nos llama, el que nos lleva, el mismo que apagó el sol de mediodía, el que nos regaló esta tarde de verano, el tiempo que nos condujo, sin prisa y a media luz, junto a una ventana, un guijarro y una caracola.

Nunca calculamos, no hacemos números ni previsiones. Desconocemos el saldo. Ignoramos el debe y el haber. No sabemos restar y tenemos cierta tendencia al derroche, así, en general. Creo que somos los peores contables del Universo, quizá porque en nuestras manos, siempre ocupadas en detener el tiempo, el equilibrio, afortunadamente, dura poco, muy poco.

Conocemos el nombre exacto de las cosas, aunque a veces se nos olvida. Celebramos todas las coincidencias y quizá por eso las multiplicamos de manera misteriosa. Y siempre, siempre, damos las gracias, da igual si es porque nos sorprende lo inesperado o porque lo esperado tiene el valor de lo que somos capaces de reconocer sin muchas explicaciones (o ninguna).

No tenemos prisa. Nunca hemos tenido prisa, ni siquiera cuando la sumiller dijo «Cámbrico«, con rotunda seguridad, y nosotros, a lo nuestro (palabra va, palabra viene), nos tomamos todo el tiempo del mundo para decidir si esos 500 millones de años serían suficientes.

 

«La historia triunfa sobre el olvido, la música ofrece un centro, el dibujo supone un reto a la desaparición» (Dibujado para ese momento, John Berger)

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Seguro que en 2017 mis botas, haya piedras o arroyos, no dejarán de llevarme a sitios maravillosos (Vadeando el Rego dos Fornos, Outeiro de Rei, Lugo, en la primavera de 2016)

«Cada tictac es un segundo de la vida que pasa, huye, y no se repite. Y hay en ella tanta intensidad, tanto interés, que el problema es sólo saberla vivir. Que cada uno lo resuelva como pueda…»  (Frida Kahlo) 

Vaya, un año más que no encuentro explicación para todo lo que nos ha ocurrido. Doce meses en los que ha sido imposible detenerse para entender algo que no fuera el mismísimo presente. Trescientos sesenta y cinco días en los que no hemos tenido más remedio que aceptar, con asombro o fastidio, que cada jornada no se parece en nada a la que ya pasó y que nada tendrá que ver con la que nos visitará mañana. Quinientos veinticinco mil seiscientos minutos en los que han mandado las incertidumbres sobre las certezas, pero en los que no han faltado ni risas, ni música, ni vino, ni esperanzas. Treinta y un millones quinientos treinta y seis mil segundos en los que el corazón, sin hacernos preguntas ni reprocharnos nada, ha latido con el ritmo al que la vida, tozuda y traviesa, le ha invitado.

Pues eso, un año más…

Que las incertidumbres, las certezas, las esperanzas, la música, el vino y las risas nos vuelvan a visitar, y que el corazón, el que compartimos, no falte a la cita.

PD: Sólo rompo los calendarios, ignoro las agendas y detengo los relojes cuando estoy con vosotros. Sólo en vuestra compañía no escucho ese monótono tictac…

¡¡¡ Gracias amigas, gracias amigos !!!

«Brilla mientras estés vivo. Se alegre, que nada te perturbe. Que la vida pasa y el tiempo se cobra su derecho» (*)

(*) Epitafio de Seikilos, la composición musical completa más antigua que se conserva; un escolión, canción de bebida, que hace más de 2200 años Sícilo talló en una columna de mármol sobre la tumba de su esposa Euterpe, en la antigua ciudad de Trales, en la costa turca. 

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No se necesita mucho para celebrar la vida como me demostró mi hija Sol una mañana de otoño en la isla de Brownsea (Dorset, UK).

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El tiempo y la velocidad casi siempre están presentes, de manera azarosa, en las lecturas que elijo cuando viajo en tren. Hoy me acompañan Munch y Stevenson.

El tiempo y la velocidad casi siempre están presentes, de manera azarosa, en las lecturas que elijo cuando viajo en tren. Hoy, de Madrid a Pamplona, me acompañan Munch, Hazlitt y Stevenson.

¿Qué se imaginarán los niños en España cuando en alguna canción infantil oigan que el tren hace chu-cu-chu-cu-chú? ¿Quién, con menos de 50 años, ha oido el chu-cu-chu-cu-chú de un tren?

Mi abuelo Juan era maquinista de Renfe y en mis recuerdos de infancia habita ese sonido: el de los pistones moviéndose a golpe de vapor; el del suspiro, trotón, de la máquina. Y también sigue vivo en mi memoria el silbato del jefe de estación, el traqueteo de las traviesas, el olor a carbón quemado… Todos esos recuerdos, y algunos más, se hicieron presentes hace unos días, cuando fui pasajero, asombrado, en un viejo tren movido por una máquina de vapor entre Swanage y Norden, en la isla/península de Purbeck (UK).

Cómo disfrute con el viejo tren de vapor que me condujo de Swanage a Norden, en la isla de Purbeck (UK) - Fotografías: JMª Montero

Cómo disfrute con el viejo tren de vapor que me condujo de Swanage a Norden, en la isla de Purbeck (UK) – Fotografías: JMª Montero

Qué cariño le tiene esa gente al ferrocarril, al de verdad, al de baja velocidad… Pero incluso el de velocidad alta, como en el que viajo (en este mismo instante) de Madrid a Pamplona, me despierta, con una intensidad desconocida en otro medio de transporte, el auténtico placer de viajar. El paisaje va modificándose a un ritmo asequible, puedo estirar las piernas sin que la marcha se detenga, salgo del corazón de un ciudad para llegar al corazón de otra ciudad, nadie me cachea, no acuso los baches, ni las curvas, ni las turbulencias, ni las marejadillas…  En ningún otro vehículo duermo mejor, ni escribo mejor, ni leo mejor…

Hoy me acompañan, camino de Navarra, Edward Munch, William Hazlitt y Robert Louis Stevenson. En ellos, como casi siempre me ocurre cuando leo en un tren, encuentro ṕárrafos que sintonizan muy bien con mi estado de ánimo (¿o es al contrario?), con los recuerdos y hasta con el paisaje… El tiempo y su velocidad (que diría Julieta Venegas 😉

«El destino de los seres humanos es como el de los planetas que se desplazan en el espacio y cruzan sus órbitas. Un par de estrellas hechas una para la otra no hacen más que rozarse para desaparecer a continuación cada una por su lado en la inmensidad» (Cristalización, Edvard Munch)

«Sentarse y meditar: recordar sin deseo el rostro de mujeres, disfrutar sin envidia con los grandes logros del hombre, ser todo y estar en todas partes de un modo fraternal y, sin embargo, mostrarse satisfecho por permanecer donde uno está y siendo quien uno es» (Caminata, Robert L. Stevenson)

«Y poco a poco olvidar el tiempo y su velocidad…»

 

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