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Mapa que muestra cómo se distribuye la iluminación nocturna en Andalucía.

 

En ocasiones a los periodistas se nos permite asomar nuestras narices en territorios absolutamente desconocidos. Territorios en donde se cuentan historias que nada tienen que ver (aparentemente) con el interés público, y en los que habitan personas ajenas a nuestro oficio. Ya sé que esta es, o debería ser, una de las señas de identidad de esta profesión, pero lo cierto es que cada vez nos resulta más difícil ejercer de fisgones,  consumidos, como estamos, por la grisácea y tranquilizadora información convocada (de la redacción a la rueda-de-prensa-sin-preguntas, y de allí, de nuevo, a la redacción).

Ayer asistí, en el Paraninfo de la Universidad de Sevilla, a la presentación del monográfico “El futuro de la población”, un interesantísimo dossier que ayuda a la comprensión de cuestiones decisivas para el futuro del sistema de bienestar social, la sostenibilidad y el equilibrio territorial (http://www.comunicacion.us.es/node/7623).

En la obra figuran artículos de una treintena de expertos, entre los que se cuentan demógrafos, economistas, ecólogos, estadísticos o geógrafos. Y es en ese territorio ignoto en donde aparece, como un verdadero alien, el periodista que esto escribe, gracias al inusual encargo que recibí en su día de Ignacio Pozuelo, director del Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía (IECA).

Aunque no es la primera vez que transito por tierras desconocidas, la experiencia ha sido particularmente satisfactoria. El rigor con el que se abordaron los textos, el cuidado que pusieron los editores y el magnífico resultado final, son, desgraciadamente, rarezas a las que los periodistas cada vez estamos menos acostumbrados.

Me pidieron que hablara del planeta humanizado e iluminado. Y eso hice. La luz nocturna que muestra, a vista de satélite, cómo se distribuye la población sobre el territorio nos informa, además, de muchas otras circunstancias y fenómenos relacionados con nuestra manera de crecer y sus consecuencias. Como aperitivo dejo en este post un fragmento de mi artículo, que podéis leer completo, junto al resto de la obra, siguiendo este link:  http://bit.ly/xJi2tP

<<La información que ofrece la iluminación nocturna de nuestro planeta ha servido para desarrollar algunas investigaciones sobre el impacto ambiental de la urbanización del territorio, medido en consumo de suelo fértil o en destrucción de la cubierta vegetal. Los trabajos más conocidos en este ámbito son los que viene firmando desde hace algunos años el equipo de Marc Imhoff, especialista del Goddard Space Flight Center y coordinador del Proyecto Terra de la NASA.

Imhoff buscaba algún método fiable que le permitiera medir, a gran escala, los efectos de la urbanización sobre la productividad biológica. No era fácil resolver esta cuestión porque sus trabajos se planteaban sobre la totalidad de la superficie de los Estados Unidos (un escenario de casi 10 millones de kilómetros cuadrados) y se referían a un proceso (la urbanización) que se manifiesta a gran velocidad y cuyos límites, a veces, son difícil de situar sobre un mapa. Las imágenes nocturnas, obtenidas mediante satélites artificiales, se convirtieron en una herramienta fundamental para resolver estos escollos. “Las ciudades y los suburbios”, explica Imhoff, “brotan rápidamente y sus bordes son irregulares, por lo que a menudo se extienden sobre el territorio de una manera aparentemente orgánica como lo hace, por ejemplo, el moho sobre la fruta madura, y esto dificulta una puesta al día, precisa, de las urbes, algo que finalmente conseguimos con el tratamiento de las imágenes de satélite que muestran las ciudades y los pueblos en la noche”.

La visión nocturna de los Estados Unidos sirvió para que Imhoff elaborara un mapa fiable de áreas urbanizadas en el que, gracias a la aplicación de algunos algoritmos, pudo establecer diferentes grados de urbanización. Luego combinó ese mapa con los datos del censo, de manera que añadió información sobre la densidad de población, y, finalmente, sumó el mapa de suelos. Lo que se encontró fue justamente lo que sospechaba: las ciudades están creciendo sobre los mejores suelos del país, sobre los suelos más fértiles y, en determinados casos, sobre suelos únicos, por su origen y composición, que desaparecerán para siempre bajo el asfalto y el hormigón.

Como señala Imhoff, aunque en algunos estados como California este proceso es más que preocupante, a escala global “no parece que Estados Unidos pueda quedarse sin capacidad para producir alimentos a corto plazo, ya que dispone de abundante tierra fértil”. Pero no puede decirse lo mismo de otros países donde este investigador también ha usado las imágenes nocturnas para medir el impacto de la urbanización. En China, por ejemplo, el fenómeno se manifiesta con especial virulencia, ya que las tierras fértiles se están viendo consumidas por un acelerado crecimiento urbano, y en este caso la disponibilidad de buenos suelos es menor que en EEUU y el volumen de población a alimentar es, por el contrario, mucho mayor. “Probablemente”, señala Imhoff, “el peor de los casos sea el de Egipto, donde las mejores tierras de cultivo se concentran en torno al delta del Nilo, justo donde se expande la población, que prefiere construir sobre tierras agrícolas de primera calidad a instalarse en las zonas inhóspitas del desierto”.

Este problema se ha localizado en otros muchos puntos del planeta gracias al sistema desarrollado por Imhoff, y lo que pone de manifiesto es que, en demasiados casos, estamos reduciendo de manera notable nuestra capacidad para producir alimentos. Las ciudades se extienden sobre los suelos más productivos y cuya explotación sería más sencilla, y eso nos obliga a forzar peligrosamente el rendimiento de los suelos que siguen en explotación y a adquirir alimentos cuyo origen se sitúa cada vez a mayor distancia del consumidor (lo que también provoca serios desequilibrios ambientales). Si a esta combinación de elementos adversos le unimos la incertidumbre que plantea el cambio climático, y en particular su incidencia en la productividad agrícola, tenemos motivos más que suficientes para preocuparnos por el impacto biológico de la urbanización desmesurada e irracional>>.

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Anoche disfrutamos del eclipse de luna como sólo los habitantes de las zonas rurales podemos ya disfrutar de cualquier espectáculo natural que se desarrolle en el cielo nocturno. Muy pocas luces artificiales ensuciaban la bóveda celeste y por eso nuestro satélite nos regaló una magnífica paleta cromática que viró desde el rojo sangre hasta el nácar más intenso.

Paradójicamente, la contaminación lumínica que nos priva de este regalo de la naturaleza, y que dificulta el trabajo de los astrónomos, sirve a otros especialistas como poderosa herramienta capaz de revelarnos la compleja distribución de los seres humanos sobre la superficie del planeta, los verdaderos límites de las ciudades o la relación oculta que existe entre el urbanismo y el cambio climático o la destrucción de suelos fértiles.

Toda esta información empezó a manifestarse cuando en 2000 la NASA y la NOAA publicaron el primer mapa completo de la Tierra fotografiada durante la noche, combinando varias imágenes de satélite obtenidas en 1994 y 1995. El cuadro compuesto por miles de puntos luminosos salpicados de manera desigual a lo largo de los cinco continentes ayudó a muchos ciudadanos a visualizar, por vez primera, la distribución, real, de personas y ciudades sobre nuestro planeta. En definitiva, dibujaba, con asombrosa nitidez, la ubicación de los terrícolas y su grado de desarrollo económico.

Aquel primer mapa, impactante pero parco en detalles, necesitaba completarse con fotografías de mayor resolución. Por desgracia, los astronautas que desde la Estación Espacial Internacional trataban de obtener nuevas imágenes nocturnas de la superficie terrestre, a tan sólo 300-400 kilómetros de altura, se enfrentaban a un cóctel que cualquier aficionado a la fotografía reconoce como nefasto: un escenario lejano y débilmente iluminado en mitad de la noche, una larga exposición para poder capturarlo y una cámara que se mueve a más de 7 kilómetros por segundo. Tres elementos que, combinados, sólo pueden conducir a imágenes borrosas.

La solución a este problema la encontró, a finales de 2002, el astronauta Don Pettit, aficionado a la astronomía, quien fue capaz de fabricar, reciclando piezas que encontró en la misma Estación Espacial Internacional, un dispositivo móvil en el que fijar la cámara fotográfica para neutralizar el movimiento de la nave espacial. De esta manera se obtuvieron las primeras imágenes nocturnas de alta resolución (con un nivel de detalle de unos 60 metros) de numerosas ciudades repartidas por todo el planeta. Los mapas que se han ido componiendo con algunas de esas imágenes han servido para desarrollar interesantes investigaciones sobre el impacto ambiental de la urbanización del territorio, medido en consumo de suelo fértil o en destrucción de la cubierta vegetal, y la relación de estos fenómenos con el cambio climático.

Aunque esta aportación al conocimiento científico no la hace buena, no hay duda de que la contaminación lumínica también tiene esta otra cara poco conocida. Y sobre ella ando estos días escribiendo, y de ella también hablaremos, con los mejores expertos, en el XIV Seminario Internacional de Periodismo y Medio Ambiente, nuestra tradicional cita cordobesa de septiembre (www.sipma.es).

Este es un llamativo montaje (“Cities at Night. An Orbital Tour Around the World” ) de algunas de las fotografías obtenidas por el astronauta Don Pettit, acompañado por sus propios comentarios:

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