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La metáfora es una de las herramientas más valiosas en el periodismo científico, un recurso muy poderoso cuando se trata de divulgar, a públicos no especializados, cuestiones complejas, fenómenos abstractos o procedimientos sofisticados, asociándolos, con imaginación y algo de humor, a objetos o circunstancias de nuestra vida cotidiana, a elementos que sí nos resultan familiares.

Revisando la Retórica de Aristóteles, donde la metáfora ya aparece entre las virtudes de todo buen orador, la colombiana Clarena Muñoz, en su artículo El rol de la metáfora léxica en la divulgación científica, explica que “las metáforas facilitan la persuasión a partir de un doble efecto: por un lado dan la impresión de que el discurso es natural y lo natural es verosímil; y por otro, causan asombro dado que el discurso resulta ingenioso. Con lo anterior, la metáfora logra llevar al oyente, de una disposición de ánimo contrario, a aceptar el punto de vista del orador. La persuasión requiere conmover y explicar, enseñar y las metáforas, según el filósofo, incitan a la indagación y ello torna agradable el aprendizaje”. Hay en esta herramienta, por tanto, tanta razón como emoción, tanto corazón como cerebro, algo que ya se sabía, y se aprovechaba, en la retórica ateniense de hace más de dos mil años. 

Son infinitas las metáforas que han triunfado en la comunicación científica, desde el árbol de la evolución de Gould, al sistema planetario con el que Bohr explica su modelo del átomo, pasando por la escalera de mano con la que Sampedro se acerca a la estructura del ADN o la imagen de un invernadero que encontramos en los escritos de Fourier referidos al calentamiento de la atmósfera. En definitiva, añade Clarena Muñoz, el uso de metáforas “implica una fuerza comunicativa que lleva a la realización de variados roles funcionales que van más allá de la explicación de conceptos: sirven para expresar actitud emocional, cultivar la intimidad, crear efectos humorísticos, argumentar por analogía, sostener ideología, hacer llamados metafóricos a la acción y destacar y poner en primer plano. Precisamente, esta variedad de funciones son las que, en su realización, contribuyen a la estructuración de textos más cercanos y familiares para el lector no experto”.

La búsqueda de metáforas es una de mis ocupaciones profesionales favoritas, sobre todo cuando me llaman los compañeros de los Informativos Diarios de Canal Sur Televisión para que acuda a explicar alguna noticia de actualidad vinculada a la información científica o ambiental. El público en este caso no es el que visita un programa especializado, donde un porcentaje importante de espectadores están familiarizados con estos temas, sino que se trata de la audiencia heterogénea que busca estar informada de todo lo que ocurre en el mundo, en su mundo más cercano pero también en el que más se aleja de su entorno inmediato y de sus conocimientos.

¿Qué ocurrió en Estados Unidos con el sarampión cuando llegó la vacuna?

Una de las palabras que más estamos oyendo estos días, que más vamos a oír en las próximas semanas y meses es “vacuna”. Un recurso que la Medicina viene utilizando con éxito desde finales del siglo XVIII y que ha servido para erradicar la viruela y mantener a raya otras terribles enfermedades como la difteria, el tétanos, el sarampión o la poliomielitis. Ahora toca combatir la COVID y la vacuna, las vacunas, se presentan de nuevo como el mejor recurso para domar la pandemia.

Por este motivo Álvaro Moreno de la Santa, director de “Despierta Andalucía”, el informativo más madrugador de la televisión pública andaluza, me pidió que, una vez más, acudiera a su  programa para explicar el funcionamiento, la seguridad y la disponibilidad de las diferentes vacunas que están en desarrollo para frenar la COVID. Y una vez más tuve que ponerme a estudiar, a consultar declaraciones de especialistas, empresas y organismos de control, a contrastar noticias, a leerme algunos papers, pero, sobre todo, tuve que ponerme a buscar una buena metáfora, una metáfora sencilla y efectiva que nos permitiera presumir en directo de una ciencia para todos los públicos, porque ese debe ser el objetivo, creo, de una televisión comprometida con el servicio público.

Y así es como apareció el ladrón como figura metafórica. ¿Qué ocurre cuando nos infectamos con un patógeno, en este caso con el virus de la COVID? Pues que un ladrón se nos cuela en casa y comienza a hacer de las suyas. Con un poco de suerte nos daremos cuenta de la intrusión y pondremos en marcha todos los recursos posibles para defendernos: gritaremos, llamaremos a la policía, cerraremos todas las estancias que podamos, agarraremos el palo de la fregona para hacerle frente, azuzaremos a nuestro perro… Es posible que poniendo en juego un buen número de mecanismos de defensa consigamos que la intrusión se quede en un susto y alguna que otra molestia pasajera (una ventana rota, unos cajones abiertos…), o, tal vez, no consigamos, a pesar de todo, evitar que la cosa llegue a mayores y la pérdida de bienes valiosos y los destrozos sean cuantiosos e irreparables. Así actúan los ladrones cuando consiguen entrar en casa y así les hacemos frente, con resultados, eso sí, desiguales.

¿De qué manera actúan las vacunas para defendernos ante este tipo de intrusiones? De manera simplificada las vacunas tratan de engañarnos haciéndonos creer que un ladrón ha entrado en casa para que, de esa manera, pongamos en juego todos los mecanismos de defensa que nos serán muy útiles cuando el verdadero ladrón aparezca. Simplificando: si le soltamos la correa al perro ya estará listo para atacar al primer intruso que aparezca (y si lo ha olido antes lo reconocerá de inmediato).

¿Todas las vacunas actúan igual, todos los engaños son similares? No, existen diferentes tipos de vacunas que ofrecen distintos engaños, algunos muy simples y otros muy sofisticados. En el caso de la COVID estamos usando desde las más sencillas trampas hasta las más avanzadas y complejas. Volvamos a nuestro ladrón para que nos ayude a entender las características de este catálogo sanitario con el que vamos a convivir durante los próximos meses:

* Vacunas elaboradas a partir de virus vivos atenuados, inactivados o muertos, o bien usando fragmentos de virus. Todas las alarmas de nuestra casa saltan cuando vemos entrar al ladrón, pero el ladrón viene esposado de pies y manos, viene drogado y apenas se tiene en pie, o le han amputado brazos y piernas. De acuerdo que es un ladrón y ha entrado en casa pero poco daño nos puede causar en las lamentables condiciones en las que aparece, aún así le azuzamos el perro, llamamos a la policía y lo mantenemos a raya con el palo de la fregona. Todos estos recursos (anticuerpos elaborados por nuestro sistema inmunológico) quedan activados y listos para frenar a un posible ladrón en plenitud de facultades (un virus con capacidad para enfermarnos). De este tipo son algunas de las vacunas para la COVID que se están desarrollando en China (Coronavac y Sinopharm), aunque estas muy posiblemente no lleguen a usarse en Europa.

* Vacunas de vector recombinante. Usamos a un intruso que no es peligroso para que lleve al interior de nuestro domicilio el mensaje, inquietante, de un ladrón al que somos capaces de reconocer. Es decir, entra en casa el cartero, sin llamar, y aunque nos sorprende no vemos en ello una amenaza (el cartero no viene a hacernos daño). Sin embargo, el cartero trae un telegrama que nos avisa de la llegada inmediata de un ladrón, de hecho el propio cartero nos enseña una foto que le ha hecho con su móvil cuando se lo ha encontrado en el portal de nuestra casa. Vemos la imagen y concluimos que es, sin duda, un ladrón. Ponemos en marcha, de inmediato, todos los mecanismos de defensa y esperamos a que llegue, si es que llega, para hacerle frente bien preparados.

Este tipo de vacunas usan un “vector” amigable, un elemento, inocuo, que sirva para trasladar al interior de nuestro organismo la información de un virus que sí es dañino, de manera que nuestro sistema inmunológico lo reconozca y se ponga en guardia para recibirlo (si es que finalmente llega). Así trabaja la vacuna COVID que ha desarrollado la Universidad de Oxford con la farmacéutica británico-sueca AstraZeneca: usando (a modo de cartero) un adenovirus inactivado que causa el resfriado común en los chimpancés, inocuo para los humanos y sin capacidad para reproducirse, introducimos en el organismo el gen capaz de producir la proteína característica del virus de la COVID (la foto del ladrón), haciendo que nuestro sistema inmunológico la reconozca y se ponga en guardia para recibirlo como merece (si es que finalmente llega).

Un procedimiento similar usan las vacunas china CanSinoBIO de Petrovax , la británica Ad26.COV2.S de Johnson & Johnson y la rusa Gam-COVID-Vac o Sputnik V (precisamente AstraZeneca acaba de anunciar que estudiará una combinación de vacunas usando la suya y la rusa para ver si así aumenta la efectividad del preparado).

«La picadura de la vaca» es el título de esta viñeta satírica que ponía en cuestión la vacuna contra la viruela descubierta por Jenner.

¿Suena muy sofisticado lo de usar otro virus como vector? ¿Nos causa inquietud esta fórmula? Pues se basa en el mismo principio con el que Edward Jenner desarrolló la primera vacuna de la historia en 1796, aunque en realidad el médico británico no sabía exactamente cómo funcionaba el remedio que había descubierto para frenar la viruela. El caso es que aquellas personas que eran expuestas a la viruela bovina (por eso vacuna viene de vaca) no desarrollaban la viruela humana o la sufrían de una manera mucho más leve. El virus bovino, que apenas causaba daño a los humanos, servía para conducir información suficiente de aquel otro virus que sí resultaba peligroso, de manera que el sistema inmunológico se preparaba para su posible llegada. Hay que recordar que a Jenner lo tomaron por un médico extravagante, por no decir un loco peligroso. A pesar de su descubrimiento la viruela se calcula que mató a unos 300 millones de personas a lo largo del siglo XX (en 1980 se declaró oficialmente desaparecida en todo el planeta, siendo la única enfermedad infecciosa humana que hemos logrado erradicar, y lo hemos conseguido gracias a las vacunas).

¿Qué ocurrió en Suecia con la viruela cuando llegó la vacuna?

* Vacunas de ARN mensajero (ARNm). Aquí es donde está la auténtica revolución y también el miedo a lo desconocido. Nunca, hasta que apareció el virus de la COVID, se habían desarrollado vacunas para humanos aplicando esta técnica. ¿Cómo funciona? Sigamos con la misma metáfora: para engañar a nuestro sistema inmunológico no hace falta que entre un ladrón mermado a nuestra casa (virus atenuado), ni necesitamos que el cartero nos avise de su llegada y nos enseñe su foto (vector recombinante), basta con saber escribir un mensaje que cause la alarma precisa y añada las instrucciones necesarias para que su destinatario (nuestro sistema inmunológico) actúe como si el mismísimo ladrón estuviese delante de sus narices. Ningún enemigo ha cruzado la puerta de casa, ha bastado con que deslicen bajo el umbral un sobre con las señas de identidad del intruso (que en realidad no ha entrado en casa) y las actuaciones recomendadas para neutralizarlo.

Recurriendo a un artículo de Maldita Ciencia no es difícil explicar este mecanismo a escala celular: “En cada célula de cada organismo vivo hay una molécula de ADN que contiene la información genética de ese ser vivo. Está compuesta por una serie de cuatro bloques, y esa secuencia da instrucciones para fabricar proteínas. Para que este proceso se lleve a cabo hace falta un intermediario, el ARN, que lleve la información genética del ADN a la maquinaria celular responsable de sintetizar las proteínas”. En el caso de estas nuevas vacunas se trata de fabricar en laboratorio un ARN mensajero que, una vez inyectado, sea capaz de engañar a nuestras células pidiéndoles que fabriquen las proteínas características del virus de la COVID. Una vez estas proteínas se han generado el sistema inmunológico las reconoce (son las señas de identidad de un patógeno que en realidad no ha entrado en nuestro cuerpo) y obra en consecuencia: genera los anticuerpos específicos para ese virus, de manera que ya estamos listos para defendernos de una posible infección.

Salgamos, por último,  de la metáfora del ladrón para usar una metáfora culinaria con la que completar la explicación. «Por utilizar una analogía que se entienda”, detalla este artículo publicado en la web de la Universidad de Harvard, “el ADN sería como un libro de recetas en una biblioteca: en él están las recetas almacenadas pero no se utilizan. Los pinches de cocina entonces hacen una copia de una receta concreta (este sería el ARNm) y la llevan a la cocina (la maquinaria celular) donde el chef va añadiendo los ingredientes en el orden y cantidades que marca la receta y así hace la tarta (estas serían las proteínas)«.

Así funcionan las vacunas de Pfizer-BioNtech y de Moderna. La primera de ellas ya se está administrando en el Reino Unido y ha logrado autorización de uso en Estados Unidos.

Por cierto, y en lo que se refiere a los miedos que esta vacuna provoca, las moléculas de ARNm son muy frágiles y desaparecen una vez que han cumplido su misión. En ningún caso entran en el núcleo de la célula, donde está el ADN; en ningún caso lo modifican, y en ningún caso se quedan en nuestro cuerpo. En definitiva, no tienen capacidad alguna para alterar nuestro ADN, nuestro genoma, nuestro perfil genético. Es cierto que este tipo de vacunas necesitan ser evaluadas con mucha precisión por su novedad, y por los posibles efectos secundarios que puedan originar, como todas las vacunas o cualquier otro medicamento novedoso o no (1), pero es falso atribuirles la capacidad de modificar genéticamente a los individuos que las reciban.

Durante los próximos meses habrá que estar muy atentos a la efectividad real de todas estas vacunas y a cómo van frenando la expansión de la pandemia. Jamás en la historia de la humanidad se ha realizado un esfuerzo científico de este calibre en pocos meses, pero la urgencia no significa que se estén violando los mecanismos de seguridad: si estamos avanzando más rápido que nunca es porque nunca se han dispuesto tantos medios humanos y tantos recursos económicos en tan poco tiempo, porque nunca ha funcionado con tanta intensidad la cooperación internacional y porque ya llevamos un largo recorrido científico en la lucha contra todo tipo de patógenos y en el desarrollo de todo tipo de vacunas. No hagamos de una buena noticia una amenaza cuando, con todas las cautelas, nos brinda algo de esperanza en esta difícil situación.

(1) En 2017 un equipo de investigadores de la Universidad de Oxford publicó en The Lancet un artículo en donde se asegura que el riesgo a largo plazo de hemorragias graves y de muerte causado por el consumo de aspirinas es mucho mayor de lo que se pensaba, sobre todo en personas mayores de 75 años. En concreto, el estudio indica que sólo en el Reino Unido se contabilizan unas 20.000 hemorragias y alrededor de 3.000 muertes al año causadas por este tipo de medicamentos.

ACTUALIZACIÓN (a 13.12.20). La ciencia española también está presente en este reto planetario, y lo cierto es que la vacuna que se está desarrollando en el Centro Nacional de Biotecnología es de las más avanzadas y prometedoras. Quizá esté disponible a finales de 2021. El virólogo Luis Enjuanes, que lidera el equipo que está trabajando en ella, explica sus ventajas y también aclara los temores que asaltan a algunos ciudadanos. Una buena entrevista de Irene Fernández Novo en Nius Diario.

También, y gracias a un oportuno comentario de mi amiga Isabel López, catedrática de Genética (Universidad de Sevilla) siempre atenta a la divulgación, he podido precisar un poco mejor el procedimiento de la vacuna de la Universidad de Oxford y AstraZeneca. Aunque su matiz aparece ya en el texto, creo que merece la pena leer su comentario literal porque concluye añadiendo un elemento que parece ajeno a la ciencia pero que a mi también me resulta fundamental: la belleza.

«… el virus vector de la vacuna de Oxford no lleva la proteína de la espícula en sí misma, sino el gen que la produce, inserto en el ADN viral. Dado que el material genético (el “libro de recetas”) del virus está escrito en lenguaje de ARN, previamente e “in vitro” ha habido que “traducir” el mensaje a lenguaje de ADN. Una vez dentro de la célula humana el vector y su carga, la maquinaria celular vuelve a “traducir” el gen a ARN y este sirve para fabricar la proteína S que ahora va desencadenar la respuesta inmunológica ….. esperemos.
Un poco mas complejo pero muy hermoso también. Como un encaje de bolillos
«. (Isabel López)

ACTUALIZACIÓN (a 26.12.20). Como en las redes abundan los especialistas que escudándose en cualquier titulación en Ciencias opinan, sin rigor ni mesura, sobre el origen de la COVID, la incidencia de la pandemia o la efectividad de las vacunas, lo que provoca adhesiones ciegas de quienes necesitan certezas y dudas razonables en quienes necesitan explicaciones sensatas, he creído útil añadir el enlace a un artículo de Miguel Pita (Universidad Autónoma de Madrid) sobre el método científico. El comienzo, en pocas palabras, explica una cuestión decisiva: «En ciencia todas las opiniones valen lo mismo: nada, incluso las de los científicos».

Los post colaborativos son maravillosos, por eso recomiendo leer los comentarios que se van añadiendo al texto principal y que figuran al pie de este párrafo final.

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Nuestra memoria es débil, pero ya se ocupan las hemerotecas de recordarnos lo que no debería causarnos sorpresa. En la imagen (de la Biblioteca Nacional) algunos titulares de prensa a propósito de la «gripe española» de 1918.

Hace 15 años en este país los virólogos estaban escondidos, trabajando en sus cosas, investigando en silencio. Hoy los encuentras en la cola del supermercado, en las redes sociales y en las tertulias de radio y televisión. España se ha llenado de resueltos virólogos, aunque los de verdad, los que se dedicaban a estos patógenos hace 15 años, siguen trabajando en la sombra y (la mayoría) se cuidan mucho de opinar, sin fundamento ni rigor, en mitad de esta emergencia.

Una de las ventajas de haberme especializado en información científica y ambiental es que, después de llevar casi 40 años escribiendo de estos asuntos en medios de comunicación (me estrené en el diario Nueva Andalucía un lejano 3 de diciembre de 1981, hablando del valor ecológico de los humedales del Bajo Guadalquivir), hay pocos temas que me sorprendan y pocos especialistas de salón que me seduzcan. Por eso me llama la atención, por ejemplo, con qué asombro hablan algunos colegas de los efectos del cambio climático, cuando el diario El País ya informaba con detalle de esta cuestión en 1976; la alarma que desata el virus del Nilo, presente en las marismas del Guadalquivir desde hace décadas, o la repentina atención que merece el vínculo entre la pandemia de COVID19 y determinados factores ambientales, cuando yo mismo me pasé dos años (2005-2006) escribiendo, con cansina insistencia, a propósito de esa peligrosa relación entre enfermedades emergentes, factores ambientales y globalización. De aquella época me siguen pareciendo particularmente valiosas las entrevistas que hice a Adolfo García-Sastre, algunas de ellas emitidas en Canal Sur Televisión (octubre 2006), uno de los máximos expertos en gripe de todo el mundo, al que entonces pocos conocían en nuestro país y que traje desde Nueva York para que dictara, en Córdoba, una de las conferencias del Seminario Internacional de Periodismo y Medio Ambiente de cuya dirección me ocupé durante más de una década.  

Este país se ha llenado de resueltos virólogos, y donde más abundan los todólogos, seamos sinceros, es en los medios de comunicación…

No es la primera vez que presumo en este blog de hemeroteca doméstica. En ella vuelvo a sumergirme hoy, aprovechando las muchas horas de encierro a la que nos obliga el coronavirus, para rescatar algunos párrafos de aquellos textos en los que ya aparecía el temor a una pandemia, la necesidad de controlar el salto de patógenos de animales silvestres a humanos, los riesgos de la globalización en la dispersión de virus a escala planetaria, el vínculo de estas enfermedades con el cambio climático o la atención prioritaria que debería prestarse al trabajo científico y, en particular, al desarrollo de vacunas. Todo suena muy actual, ¿verdad?, pues como veréis lo escribí hace más de 15 años. ¿En qué hemos empleado el tiempo en estos tres largos lustros?

“Virus con alas”. Crónica en verde. El País, 12 de septiembre de 2005

Link: https://elpais.com/diario/2005/09/12/andalucia/1126477345_850215.html

La FAO ha advertido que las aves infectadas [por gripe aviar] en Siberia y Kazajstán pueden alcanzar fácilmente zonas del Caspio, el Mar Negro y los Balcanes, extendiéndose por algunos enclaves del sureste europeo en donde, precisamente, los ejemplares del centro y norte de Europa se mezclan con los de Asia, y el contacto de ambos grupos facilitaría la extensión de la epidemia hacia territorios aparentemente a salvo.

[…]

La Organización Mundial de la Salud, en su último informe sobre la cuestión, fechado el 18 de agosto, admite que “es imposible controlar la gripe aviar en las aves salvajes, y ni siquiera vale la pena intentarlo”. Al igual que la FAO, la OMS recuerda que el papel de estos animales en la propagación de las cepas más agresivas del virus “sigue siendo en gran parte desconocido”.

“La salud incierta”. Crónica en verde. El País, 24 de octubre de 2005

Link: https://elpais.com/diario/2005/10/24/andalucia/1130106148_850215.html

La crisis sanitaria desatada en torno a la gripe aviar ha puesto de manifiesto un conjunto de patologías que afectan a la salud humana y que, en gran medida, están determinadas por las condiciones ambientales y las perturbaciones que hemos ido introduciendo en ellas. Enfermedades exóticas, o erradicadas hace tiempo de determinados territorios, se hacen presentes debido, por ejemplo, al cambio climático, a las migraciones animales o al trasiego de personas y mercancías entre puntos geográficos muy distantes.

[…]

Los especialistas de la OMS que estudian el problema de la gripe aviar consideran que si el temido virus consigue finalmente mutar y adquiere la capacidad de transmitirse de persona a persona, el escenario más peligroso, en la más que probable pandemia estarían implicados los modernos sistemas de transporte. Es decir, el virus no llegaría a destinos alejados del sudeste asiático por medio de las aves migratorias si no que, muy posiblemente, alcanzaría enclaves remotos, como Europa, por medio de personas infectadas que tomaran, por ejemplo, un avión.

“Los orígenes del virus”. Crónica en verde. El País, 23 de enero de 2006

Link: https://elpais.com/diario/2006/01/23/andalucia/1137972137_850215.html

Precisamente este virus, el de la gripe española, ha podido reconstruirse gracias a un complejo proyecto científico en el que ha participado un español, el microbiólogo Adolfo García-Sastre, profesor en la Facultad de Medicina Monte Sinaí, de Nueva York. Un especialista que acaba de visitar Sevilla para reunirse con sus colegas de la Estación Biológica de Doñana, dedicados a la identificación de virus en poblaciones de aves silvestres, cuestión que podría resultar decisiva a la hora de prevenir la temida pandemia.

                Pregunta. ¿De qué manera están relacionados los virus de la gripe presentes en aves y aquellos otros que son propios de la especie humana?

                Respuesta. Los virus de la gripe que afectan a humanos son virus muy determinados, de los que, en la actualidad, sólo existen dos tipos. Estas dos variantes también están presentes en las aves que, además, se ven afectadas por otros 16 tipos de virus de la gripe. Los virus pandémicos aparecen cuando un virus propio de aves es capaz de infectar a humanos. Este salto no es fácil, porque cada virus está adaptado a su propio huésped y no se propaga con facilidad en otro.

                P. Sin embargo ese salto es posible, y ha podido incluso certificarse en el virus de la gripe española de 1918, que usted, junto a otros especialistas, ha sido capaz de reconstruir.

                R. El virus de 1918 tiene unas secuencias muy parecidas a las que encontramos en virus de aves, aunque ambos son un poco distintos porque aparecen ciertos cambios que diferencian a uno y a otros. Es muy posible que en esas secuencias, que hemos identificado en algunos genes, se encuentre la clave que explique por qué un virus propio de aves es capaz de cambiar lo suficiente como para adaptarse a los humanos. Estamos, por tanto, tratando de precisar las características de esas secuencias porque así sabremos hasta qué punto un virus de aves será capaz de infectar a humanos. ¿Se necesitan diez cambios?, ¿veinte cambios?, ¿cuarenta cambios? Cuantos más cambios hayan de producirse en el perfil genético del virus menor riesgo existe de que sea capaz de saltar a humanos.

                 P. ¿El virus de 1918 fue capaz desaltar directamente de aves a humanos?

                R. Sabemos que en otras pandemias, como la de 1957, lo que ocurrió es que un virus de gripe humana fue capaz de adquirir un par de genes de virus propios de aves. En el caso de 1918 no podemos asegurar que se produjera un salto directo de aves a personas, porque no tenemos muestras de virus de humanos que circularan antes de esa fecha, pero debido a las similitudes que este virus presenta con respecto a los que afectan a las aves esta es una hipótesis en la que estamos trabajando. Es posible que un virus aviar, después de una serie de cambios, sea capaz de saltar directamente a humanos.

                P. ¿Es posible anticiparse a ese salto? ¿Podemos identificar a los virus candidatos a producir una pandemia?

                R. Si somos capaces de identificar las secuencias que en determinados genes explican el éxito de un virus a la hora de infectar a humanos, propagarse a gran velocidad y causar enfermedad, podremos reconocer virus que, con las mismas secuencias, se encuentren en la naturaleza, o bien virus que estén cerca de adquirir esas secuencias, virus que necesiten pocos cambios para convertirse en pandémicos. Esos virus serían los que tendríamos que vigilar de cerca porque, potencialmente, son los más peligrosos. Al mismo tiempo, estamos investigando los mecanismos que, a nivel molecular, se desencadenan a partir de esas secuencias genéticas, mecanismos que hacen que la enfermedad sea más severa, porque el conocimiento de estos mecanismos nos permitirá desarrollar fármacos específicos capaces de neutralizarlos. Y esas mismas herramientas moleculares nos van a servir también para diseñar vacunas más efectivas.

                P. ¿Los virus H5, que ahora concentran el temor de todos los especialistas, terminarán por convertirse en virus pandémicos?

                R. Las pandemias han existido siempre, y cuando se producen la mortalidad se dispara, como ocurrió en 1918, cuando la tasa de mortalidad, en una circunstancia extrema, llegó a alcanzar el 2 %. Las pandemias ocurren a intervalos de entre 10 y 90 años, y la última que tenemos registrada es la de 1968. Lo que sí sabemos ahora, y no sabíamos antes, es que los virus proceden de las aves y por eso hay que evitar el contacto entre aves silvestres y domésticas, y entre aves y humanos, como factor de prevención. De todas maneras, no es tan fácil decir que los virus H5 van a ser capaces de producir una pandemia, y si lo fueran tampoco parece probable que sean tan letales una vez que comiencen a propagarse de humanos a humanos, ya que en la actualidad sus tasas de mortalidad rozan el 50 %.

                 P. ¿Disponemos de tiempo? ¿Será posible contar con esas nuevas herramientas de prevención y tratamiento antes de que aparezca una pandemia?

                R. La cuestión del tiempo no es fácil de predecir, pero si para algo ha servido el miedo, quizá exagerado, que ha producido toda esta situación, es para que los gobiernos tomen conciencia de lo grave que resultaría una pandemia y preparen la infraestructura necesaria para fabricar vacunas con rapidez y contar con suficientes antivirales, recursos de los que ahora mismo no disponemos.

Al mismo tiempo que se diseña este sistema de alerta temprana hay que estar preparados para interrumpir la cadena de transmisión del virus. Ya que no es fácil que el  patógeno salte directamente de aves silvestres a humanos, hay que concentrar la atención en los huéspedes intermedios, las aves domésticas, a las que hay que sacrificar en cuanto existan indicios de un brote infeccioso. La última barrera de contención habría que levantarla en el caso de que la enfermedad se transmitiera entre humanos, y en este caso habría que recurrir a vacunas específicas y antivirales efectivos, dos elementos, insiste García-Sastre, “que sólo pueden obtenerse fomentando la investigación y disponiendo de la infraestructura necesaria para actuar con rapidez”.

“Enfermedades sin fronteras”. Revista Estratos, otoño 2006

El sur de España, por el que discurren las rutas migratorias que usan las aves que van y vienen a África, es, en el caso del virus del Nilo, una zona de alto riesgo, como aseguran Rogelio López-Vélez, especialista de la Unidad de Medicina Tropical del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, y Ricardo Molina, especialista de la Unidad de Entomología Médica del Instituto de Salud Carlos III. Y no se trata de un riesgo potencial sino que ya se tienen evidencias de la llegada del patógeno a tierras españolas, puesto que estudios realizados entre 1960 y 1980, detallan estos expertos,  “demostraron la presencia de anticuerpos en la sangre de los habitantes de Valencia, Galicia, Doñana y delta del Ebro, lo que significa que el virus circuló en nuestro país por entonces.

[…]

Algunas de las alteraciones ligadas al cambio climático, como un cierto aumento de la temperatura media, incrementarían el riesgo de transmisión de esta enfermedad, circunstancia que afecta a otras muchas dolencias, exóticas o ya erradicadas en territorio español, circunstancia que han puesto de manifiesto en sus trabajos de investigación los doctores López-Vélez y Molina y que también se incluye entre las advertencias recogidas en el documento “Evaluación preliminar de los impactos en España por efecto del cambio climático”, publicado por el Ministerio de Medio Ambiente. Recurriendo a una explicación simplificada, se puede decir que pequeñas variaciones en la temperatura, las precipitaciones o la humedad podrían afectar a la biología y ecología de ciertos vectores, como los mosquitos, y afectar también a los hospedadores intermediarios de dichas enfermedades o a sus reservorios naturales. 

Revista Sierra Albarrana, octubre 2006

Entrevista a Adolfo García-Sastre, profesor de Microbiología en la Facultad de Medicina Monte Sinaí (Nueva York).

P. ¿Disponemos de tiempo? ¿Será posible contar con esas nuevas herramientas de prevención y tratamiento antes de que aparezca una pandemia?

R. […] Siendo optimista, podemos decir que hoy estamos mejor preparados que hace cinco años, pero siendo pesimista creo que es necesario advertir que tenemos los conocimientos adecuados para enfrentarnos a una emergencia de este tipo pero, sin embargo, aún no hemos desarrollado las capacidades suficientes para hacerlo. Y tanto en lo que se refiere a conocimientos como a capacidades hay que insistir en el hecho de que cualquier acción debe plantearse a escala planetaria, porque de poco sirven los esfuerzos de un grupo de países frente a enfermedades que no saben de fronteras.

Revista Estratos, invierno 2006

Entrevista a Adolfo García-Sastre, profesor de Microbiología en la Facultad de Medicina Monte Sinaí (Nueva York)

                P. ¿Qué evidencias científicas se han obtenido a partir del estudio de anteriores pandemias?

                R. Sólo hay dos pandemias de gripe, la de 1957 y la de 1968, de las que conocemos exactamente cuál fue la composición del virus que las provocó, y en ambos casos el patógeno, sobre un total de ocho genes, tenía de cinco a seis genes que ya estaban presentes en virus de la gripe que afectaban a humanos, virus que ya estaban circulando. Es decir, sólo dos o tres genes cambiaron para adquirir determinantes genéticas procedentes de algún virus de aves. ¿Cómo se originó, pues, el virus pandémico? Nuestra hipótesis es que tuvo que originarse por co-infección en algún huésped que fue infectado, al mismo tiempo, por un virus de aves y un virus humano. Ese huésped pudo ser un cerdo pero también pudo ser un humano. Además de esa co-infección fue necesario que el virus resultante incorporara algunos cambios más hasta lograr transmitirse entre humanos con eficacia. Así se generó la pandemia, y por eso ahora ponemos tanto el acento en la necesidad de prevenir infecciones en los animales domésticos, sacrificando de inmediato a los ejemplares que estén afectados por la enfermedad, ya que estos son el paso intermedio necesario para que finalmente se genere un virus pandémico. En resumen, hay que estar preparados para interrumpir la cadena de transmisión del virus. Ya que no es fácil que el  patógeno salte directamente de aves silvestres a humanos, hay que concentrar la atención en los huéspedes intermedios.

                P. Cuando se desató el temor a una pandemia de gripe aviar se dispararon las ventas de ciertos antivirales. ¿Serían realmente efectivos ante una enfermedad de estas características?

                R. Los antivirales son efectivos, bajo ciertas circunstancias, de un modo profiláctico, de manera que, en caso de pandemia, pueden evitar la infección. Pero, aún así, su uso generalizado podría, en algunos casos, fomentar, de manera muy rápida, el desarrollo de virus mutantes resistentes al antiviral, y esto causaría un problema añadido. Además, si una persona quiere estar protegida durante el desarrollo de la pandemia necesitaría tomar una dosis continuada mientras el virus esté circulando, lo que supone medicarse durante, por ejemplo, tres meses, y en la actualidad no existe capacidad para producir tal cantidad de antivirales, si lo que realmente queremos es proteger a toda la población.

                P. ¿Serían entonces las vacunas el único recurso capaz de proteger a la población a gran escala? 

                R. No puede existir una vacuna hasta que no sepamos exactamente cuál es el virus que causa la pandemia. A partir de ese momento se inicia una auténtica carrera para producir la vacuna, distribuirla y vacunar a los ciudadanos. Por tanto, lo que debemos hacer ahora es engrasar ese mecanismo, a escala internacional, de manera que los plazos se acorten al máximo. Además, debemos potenciar la investigación en busca de vacunas más eficientes, vacunas que sean capaces de ofrecer protección con una dosis diez veces más baja que la que ahora venimos utilizando. Si somos capaces de lograr esta reducción en la dosis habremos resuelto el problema de la producción, seremos capaces de cubrir a mucha más población con los medios disponibles. 

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Si le preguntaran a las ovejas quizá no estuvieran muy de acuerdo con la inmunidad de rebaño forzada…

¿Qué sentido tienen los confinamientos, los toques de queda, el cese de actividades no esenciales?

¿El precio de la prevención no es mayor que el de la infección?

¿Nos están ocultando el mejor tratamiento para la pandemia?

¿Qué es la Great Barrington Declaration?

Estas, y otras preguntas parecidas, me llegan a través de algunos buenos amigos, preocupados con el curso que vuelven a tomar los acontecimientos, inquietos ante la incertidumbre y esperanzados en que, tal vez, se haya encontrado una solución (indolora) al coronavirus pero que esta se esté viendo frenada por una oscura confabulación.  

Se acercan los confinamientos, los toques de queda, la limitación de actividades… y es lógico que nos aferremos a un clavo ardiendo, sobre todo los que más van a sufrir en estas circunstancias tan difíciles, los más vulnerables, pero siento deciros, amigos, que esa solución indolora, que ese documento grandilocuente que anuncia las medidas más eficaces, que esa declaración que algunos esgrimen como el remedio más sencillo para un problema muy complejo (menuda contradicción, empezamos mal…), se sostiene en argumentos científicos muy débiles, en posicionamientos poco éticos e insolidarios, está vinculado a un think-tank que cuestiona el cambio climático, está suscrito por un buen número de «desconocidos» (por ser benevolente en la definición), contradice las tesis de la OMS y, sobre todo, debilita los esfuerzos que, desde la sanidad pública, se están realizando para frenar la pandemia en tanto llegan vacunas y tratamientos eficaces.

Para que esto no parezca un desahogo meramente opinativo, comparto varios documentos, rigurosos, que me parecen bastante clarificadores al respecto. La verdad escuece, dibuja un camino tortuoso y obliga a múltiples sacrificios, pero… es lo que hay (sin que esto signifique santificar la gestión política de esta emergencia… que ese es otro cantar).

* Así analizan la Great Barrington Declaration cinco especialistas en The Washington Post:

https://www.washingtonpost.com/outlook/2020/10/14/herd-immunity-barrington-declaration/

Este párrafo resume bien uno de los argumentos más razonables (la traducción, y sus posibles errores, es mía):

Podemos estar de acuerdo con los defensores de la <protección focalizada> en lo que se refiere a la necesidad de encontrar más y mejores formas de proteger a los vulnerables, y en ser inteligentes a propósito de las  restricciones que utilizamos para reducir la propagación del virus. También estamos de acuerdo en que las medidas de control están afectando a todos, especialmente a los que están en desventaja económica. Pero hasta que tengamos una manera de reducir la devastación que causa el virus, a través de tratamientos o vacunas, tenemos la obligación moral de suprimir su propagación mientras mejoramos el apoyo económico, educativo y médico para aquellos cuyas vidas se ven más perturbadas por nuestras medidas de control”.


* Maldita Ciencia, la web de verificación de noticias científicas, revisa así el rigor de la declaración y hace hincapié, con enlaces a artículos contrastados, en los riesgos de forzar una inmunidad de grupo :

https://maldita.es/malditaciencia/2020/10/14/el-manfiesto-contra-el-confinamiento-supuestamente-firmado-por-miles-de-cientificos-no-muestra-las-firmas-a-14-de-octubre-y-propone-una-alternativa-con-un-alto-riesgo-para-la-poblacion-vulnerable/

Dicho en pocas palabras, y con el soporte de una sociedad médica fiable: «(…) la Sociedad Española de Inmunología explicaba a Maldita Ciencia que «adquirir la inmunización padeciendo la enfermedad supone un riesgo muy importante para la población, si consideramos que aproximadamente el 20% de los infectados con síntomas requieren ingreso hospitalario y que, de los ingresados, un 5% llegan a fallecer«.

* Esta es la posición de la OMS, donde, además de los criterios científicos, se subrayan los argumentos éticos:

https://www.lavanguardia.com/vida/20201013/484022418485/la-oms-corrige-a-uno-de-sus-asesores-y-refuta-la-declaracion-de-barrington.html

Nunca en la historia de la salud pública se ha usado la inmunidad colectiva como estrategia para responder a una epidemia, y mucho menos a una pandemia. Es científicamente y éticamente problemático”, enfatiza el Secretario General de la OMS, Tedros Adhanom: “Dejar vía libre a un virus peligroso, del que no comprendemos todo, es simplemente contrario a la ética”.

* Por último, la información que, a mi juicio, mejor revela los graves errores de la Great Barrington Declaration es esta, publicada en The Conversation:

https://theconversation.com/5-failings-of-the-great-barrington-declarations-dangerous-plan-for-covid-19-natural-herd-immunity-148975

Un buen ejemplo a propósito de estos errores (la traducción vuelve a ser mía): «La declaración de Barrington pone la preferencia individual muy por encima del bien público. La declaración aboga porque, <las personas, a título individual, basándose en su propia percepción del riesgo de morir por COVID-19 y otras circunstancias personales, eligen los riesgos, actividades y restricciones que prefieren>. Si este punto de vista se aplicaran a la seguridad vial, se produciría el caos cuando cada uno eligiera su propio límite de velocidad y en qué lado de la carretera quiere conducir. La salud pública es importante, y el enfoque de la declaración de anteponer la ideología a los hechos ayuda a alimentar la pandemia«.


Los bulos nunca son buenos, las fake news casi nunca son inocentes, pero si se trata de nuestra salud y, sobre todo, de la salud de los más vulnerables, las informaciones sin fundamento son, sobre todo, peligrosas. Y no, no existen soluciones sencillas a problemas complejos.

La inmunidad de rebaño, cuando es forzada, suele beneficiar únicamente al pastor…

PD: Una interesante conversación, con cuatro especialistas (de verdad), a propósito del coronavirus, la enfermedad que origina, las vacunas, los tratamientos y la responsabilidad individual y colectiva:

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Esto no es China: no esperemos órdenes. Y tampoco somos chinos: no esperemos que la interacción social, tan latina, decrezca de manera espontánea. La única forma de frenar la curva de infecciones del coronavirus, evitar el colapso del sistema sanitario y limitar el número de muertes (de los más vulnerables) es reduciendo las interacciones sociales al máximo, y esa es una responsabilidad individual. Así de sencillo. Así de complicado.

Desde hace varios días estoy devorando, en silencio, las fuentes científicas más fiables con respecto a la expansión del coronavirus, y aunque soy poco dado a las encíclicas, jamás me uno a las cadenas de mensajes tontorrones y no suelo prodigarme en los grupos de Whatsapp, hoy he creído necesario, indispensable, asomarme a las redes sociales y a este blog para recomendaros que limitéis los viajes y las interacciones sociales al máximo. Aplazad excursiones, fiestas, cenas de amigos, presentaciones de libros, conferencias, teatro, cine, clases de baile, bodas,… qué se yo. Esto no es China: no esperemos órdenes. Hay que actuar desde lo individual sin esperar a que las administraciones, demasiado lentas, demasiado temerosas, nos digan lo que tenemos que hacer. No os avergoncéis de tomar este tipo de decisiones, al contrario, defendedlas como un acto de generosidad, de responsabilidad, de civismo.

 

Seguro que me están leyendo personas que trabajan en el sector sanitario y también personas con formación científica. Ambos colectivos si no saben ya lo que voy a contar (que es lo más seguro) lo van a entender rápido. Y para el resto (yo incluido) os recomiendo la lectura de un artículo, sólo un artículo. No hace falta saber inglés, con un buen traductor en línea podéis descifrarlo. Hay muchos artículos circulando por las redes pero este, creo, es muy claro, repleto de evidencias científicas actualizadas y en un lenguaje asequible: Coronavirus: Why you must act now

El problema no es que enfermemos nosotros. En este nosotros quiero pensar que predominan las personas jóvenes y sanas, y, por tanto, la probabilidad de una infección problemática es muy baja, y digo problemática porque seguramente algun@ de nosotros ya está infectad@, aunque sea de manera asintomática. El problema, el verdadero problema, es que nos convirtamos en transmisores del virus y alimentemos su progresión, haciendo que gane velocidad y altura la curva de la pandemia.

Como explica el autor del artículo, tomar estas decisiones nos expone al cachondeo de los demás, al miedo al ridículo, a las acusaciones de alarmismo (sobre todo en sociedades latinas) pero, como también explica el autor (y subraya con evidencias científicas irrefutables), el efecto de estas acciones, o de la inacción, se mide en grandes números (las progresiones exponenciales rebasan nuestra capacidad de entendimiento) y se calcula en días, en horas. Echadle un vistazo al artículo y a lo mejor ya no os parece tan ridículo o exagerado reducir al máximo los viajes y la interacción social durante unos días, y tomar, además, esta decisión ya, de inmediato. Comprobad qué pasó durante la pandemia de gripe de 1918 en las ciudades que limitaron las interacciones sociales de manera rápida y efectiva y las que relajaron esas medidas. Comprobad qué ha pasado en Italia, o en China, o en Corea del Sur. Mirad los números (de fuentes oficiales, rigurosas). Mirad el efecto de las acciones que se han ido tomando y su validez en función del tiempo de respuesta. Comprobad las curvas de mortalidad y la presión sobre el sistema sanitario.

 

Durante las próximas semanas, no dar la mano a alguien no será una falta de educación, sino un signo de responsabilidad cívica. Cada beso en la mejilla a nuestra amiga puede convertirse, de rebote, en el beso de la muerte para su anciana madre”. El párrafo no lo han escrito dos piraos alarmistas, dos indocumentados: lo firman en el diario EL PAÍS Miguel A. Hernán, epidemiólogo de la Universidad de Harvard (EE UU), y Santiago Moreno, jefe de Enfermedades Infecciosas del Hospital Ramón y Cajal, en Madrid.

Perdonad este alegato pero creo que la situación obliga a usar todos los medios de comunicación a nuestro alcance para pedir responsabilidad individual, civismo, sentido de ciudadanía, que son, en estas circunstancias, herramientas mucho más poderosas que la acción gubernamental para frenar la pandemia, reducir la curva de infectados y dar así tiempo al sistema sanitario para actuar sin colapsar. Tenemos un sistema sanitario muy robusto, envidiable frente al de otros países, con un personal cualificado y comprometido, y protegerlo en estas circunstancias no es sólo una cuestión de cuidado e inversiones (que también) sino de responsabilidad individual (insisto). Frenar nuestra vida social sirve para proteger nuestros hospitales y a su personal. Es así de sencillo.

Y que conste que este esfuerzo de civismo no significa despreciar las acciones de las diferentes administraciones, indispensables sobre todo por su enorme capacidad para generar conocimiento fiable, coordinar información y esfuerzos, tomar decisiones ejecutivas que se extienden a todos los órdenes, y organizar recursos de manera equitativa. Pero no esperemos órdenes, no nos sentemos a esperar que nos digan lo que tenemos que hacer. Esto no es China.

No difundir bulos también forma parte de esta responsabilidad individual. Usemos el enorme potencial de las redes sociales (además de para compartir chistes, porque el humor es buena medicina) para organizarnos como sociedad responsable. Nada de alarmismo ni de pánico, todo lo contrario: serenidad y confianza en la ciencia, en el sistema sanitario, en las administraciones, pero, sobre todo, en el enorme potencial de una sociedad organizada, cooperativa y responsable.

PD: Si os parece que este alegato es fiable, oportuno y necesario… compartidlo en vuestras redes, en vuestros círculos, en vuestra casa.

En una fase social en la que pensar en uno mismo se ha vuelto la norma, este virus nos manda un mensaje claro: la única manera de salir de esta es hacer piña, hacer resurgir en nosotros el sentimiento de ayuda al prójimo, de pertenencia a un colectivo, de ser parte de algo mayor sobre lo que ser responsables y que ello a su vez se responsabilice para con nosotros. La corresponsabilidad: sentir que de tus acciones depende la suerte de los que te rodean, y que tú dependes de ellos”.

(Este texto, que circula por las redes, se lo atribuyen a un psicólogo italiano, F. Morelli. No he podido contrastar la fuente pero, en cualquier caso, la reflexión, sea o no del tal Morelli, me parece oportunísima).

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En un guiño que no se cómo interpretar (porque no creo que el azar sea tan azaroso) el cartel aparece colocado junto a la entrada de la farmacia del pueblo. Anuncia un «besamanos» (y una «presentación de niños«) al término de la misa dominical. En letra pequeña el opúsculo detalla que la imagen se expondrá en «devoto besamanos a aquellos fieles que deseen besar su bendita mano» (valga la redundancia). Seguro que he leído el cartel otros años, y seguro que a lo largo de mi vida he visto carteles similares por toda la geografía española, pero nunca había establecido una relación tan inquietante entre esta piadosa costumbre y la propagación de un virus. Fue leerlo y recordar el divertido párrafo en el que Gerald Durrell se adelanta (1956) al pánico que está originando el Covid-19, y a lo complicado que resulta frenar la propagación de un coronavirus en sociedades como la mediterránea, tan propensas al achuchón y el besuqueo. ¿Que nos mantengamos a un metro de distancia? ¿Que evitemos las fiestas multitudinarias? ¿Que se prohiban los besamanos? Ni que esto fuera la Carelia rusa, oiga (estará pensando, seguro, el autor del cartel).

Cuando volví a casa rebusqué en mi biblioteca y encontré el párrafo de mi adorado Durrell, con el cómico besapiés en la isla griega de Corfú, de nefastas consecuencias para su presumida hermana Margo.

Ahí va el relato, por si resulta de utilidad a algún epidemiólogo que quiera combatir los besamanos, los besapiés y los besos (así, en general) en esta tierra:

«La corriente nos arrastró en dirección opuesta al coche, hasta embutirnos en medio de un enorme gentío que se agolpaba en la plaza mayor del pueblo. Le pregunté qué sucedía a una anciana campesina que tenía cerca, y se volvió hacia mí radiante de orgullo.
—Es San Spiridion, kyria —explicó—. Hoy se puede entrar en la iglesia a besarle los pies.
San Spiridion era el santo patrón de la isla. Su cuerpo momificado se veneraba en la iglesia en un ataúd de plata, y una vez al año era sacado en procesión por el pueblo. Era muy milagrero, y podía conceder favores, curar enfermedades y obrar otros mil portentos si la petición le pillaba de buen ánimo. Los isleños le adoraban, y uno de cada dos hombres de la isla se llamaba Spiro en su honor. Hoy era un día especial; al parecer, se abría el ataúd y se permitía a los fieles besar los pies embabuchados de la momia, y hacerle las peticiones que quisieran. La composición del gentío mostraba cuánto le amaban los corfiotas: allí estaban las ancianas campesinas vistiendo sus mejores ropas negras, y sus maridos encorvados como olivos, con sus anchos bigotes blancos; los morenos y musculosos pescadores, tiznadas sus camisas de la oscura tinta de las sepias; y también los enfermos, los retrasados mentales, los tísicos, los inválidos, viejos que apenas podían andar y niñitos envueltos y liados como gusanos en su capullo, con sus caritas pálidas como la cera congestionadas de tanto toser. Había incluso unos cuantos pastores albaneses, mocetones bigotudos de aspecto salvaje, con el cráneo pelado y enfundados en grandes pieles de borrego. Esta sombría y variopinta cuña de humanidad avanzaba lentamente hacia la negra puerta de la iglesia, arrastrándonos consigo como pedruscos incrustados en un río de lava. Ya a Margo la habían llevado muy por delante de mí, mientras Mamá quedaba a igual distancia a mis espaldas. Yo estaba firmemente atrapado entre cinco gordas campesinas que se apretaban contra mí como almohadones despidiendo olor a sudor y ajos, y Mamá estaba empotrada sin remedio entre dos enormes pastores albaneses. Poco a poco nos hicieron subir los escalones y entrar en la iglesia.
Dentro la oscuridad era casi total, sólo interrumpida por una ristra de cirios que brillaban cual amarillos crocos a lo largo de un muro. Un sacerdote barbudo y vestido de negro, con un alto sombrero, aleteaba como un cuervo en la penumbra, canalizando al gentío en una fila que recorría el interior del templo hasta pasar por detrás del gran ataúd de plata y salir por otra puerta a la calle. El ataúd, puesto en pie, era como una crisálida de plata, y en su extremo inferior se había abierto un segmento por el que aparecían los pies del santo, envueltos en babuchas ricamente bordadas. Al llegar al ataúd cada persona se agachaba, besaba los pies y murmuraba una oración, mientras al otro extremo del sarcófago la cara negra y consumida del santo se asomaba a través de un cristal, con un gesto de aguda repugnancia. Era evidente que, quisiéramos o no, tendríamos que besarle los pies a San Spiridion. Mirando hacia atrás, yo veía a Mamá debatirse frenéticamente por acercarse a mí, pero su guardaespaldas albanés no cedía un milímetro y sus esfuerzos resultaron vanos. Al fin atrapó mi mirada y empezó a hacer muecas señalando el ataúd, mientras sacudía enérgicamente la cabeza. Esto me dejó bastante perplejo, lo mismo que a los dos albaneses, que la observaban con aprensión mal disimulada. Creo que temían que Mamá estuviera a punto de sufrir un ataque, y no sin razón, pues se había puesto roja y sus muecas eran cada vez más alarmantes. Por fin, desesperada, renunció a toda cautela y me bisbiseó sobre las cabezas de la multitud:
—Dile a Margo… que no lo bese… que bese al aire… al aire.
Me volví para transmitir a Margo el mensaje de Mamá, pero era demasiado tarde: allí estaba, agachada sobre los embabuchados pies, besándolos con un entusiasmo que encantó y sorprendió grandemente a la concurrencia. Cuando me llegó el turno obedecí las instrucciones de Mamá, besuqueando sonoramente y con considerable alarde de devoción un punto situado a unos quince centímetros por encima del pie izquierdo de la momia. De allí fui empujado y expelido por la puerta del templo a la calle, donde la gente se iba disgregando en corrillos, riendo y charlando. Margo nos aguardaba en los escalones, visiblemente satisfecha de sí misma. Al momento apareció Mamá, catapultada desde la puerta por los morenos hombros de sus pastores. Tambaleándose como un trompo bajó los escalones y se nos unió.
—Esos pastores —exclamó débilmente—. Qué modales tan zafios… salgo casi asfixiada del tufo… una mezcolanza de incienso y ajos… ¿Qué harán para oler así?
—Es igual, ya pasó —dijo Margo alegremente—. Habrá valido la pena si San Spiridion me concede lo que le he pedido.
—Un sistema muy poco higiénico —dijo Mamá—, más apropiado para sembrar enfermedades que para curarlas. Me aterra pensar lo que podríamos haber cogido si llegamos a besarle los pies.
—Pues yo se los besé —dijo Margo, sorprendida.
—¡Margo! ¡No será verdad!
—Bueno, era lo que hacían todos.
—¡Después de decirte expresamente que no lo hicieras!
—Tú no me dijiste nada de… ‘./>
Interrumpí para explicar que la advertencia de Mamá había llegado demasiado tarde.
—Después de que toda esa gente ha estado rechupeteando las babuchas, no se te ocurre nada mejor que besarlas.
—Me limité a hacer lo que hacía todo el mundo.
—Es que no comprendo qué pudo impulsarte a hacer una cosa así.
—Pues… pensé que quizá me curaría el acné.
—¡El acné! —dijo Mamá con sorna—. Date por contenta si no coges algo además del acné.
Al día siguiente Margo cayó en cama con un fuerte gripazo, y el prestigio de San Spiridion a los ojos de Mamá quedó a la altura del betún. Spiro fue despachado urgentemente al pueblo en busca de un médico, y regresó con un hombrecito esferoidal de acharolados cabellos, leve indicio de bigote y ojillos de botón tras gruesas gafas de concha.
Era el doctor Androuchelli: una persona encantadora, con incomparable estilo para sus enfermos.
—Po—po—po (1) —dijo, mientras irrumpía en la alcoba mirando a Margo con aire guasón,
¡po— po—po! Poco inteligente ha sido usted, ¿no? ¡Besarle los pies al santo!
¡Po—po—po—po—po!
Casi podría haber atrapado algunos bichos desagradables. Tiene usted suerte: es gripe. Ahora hará lo que yo le diga, o me lavo las manos. Y, por favor, no aumente mi trabajo con estupideces semejantes. Si vuelve a besar los pies de algún santo no seré yo quien venga a curarla… Po—po—po… qué ocurrencia.
Y mientras Margo languidecía en cama por espacio de tres semanas, con Androuchelli pepeándola cada dos o tres días, los demás nos acomodamos en la villa.
(1) Todavía se mantiene en algunas partes de Grecia la costumbre clásica de repetir la sílaba «po» para contrarrestar el mal de ojo y otras influencias nocivas (N. de la T.) «.

(Mi familia y otros animales, Gerald Durrell).

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Los casos de gripe han aumentado ligeramente en la primera semana del año y se observa una tendencia a la estabilización, lo que significa que estamos próximos a alcanzar la máxima incidencia gripal de la temporada. Así lo indica el último informe del Sistema de Vigilancia de la Gripe en España que certifica, con respecto a los datos del pasado año, una mayor incidencia de la enfermedad este invierno.

Pero, ¿por qué a la gripe le gusta tanto el invierno? La evidente relación del virus con esta época del año se creía sobre todo vinculada al hecho de que durante los meses más fríos acostumbramos a permanecer agrupados, y durante muchas horas al día, en espacios cerrados. Sin embargo, diferentes investigaciones han demostrado que, al margen de comportamientos sociales que favorecen la transmisión del patógeno, el indice de contagio aumenta de manera considerable en condiciones de baja temperatura y cuando la humedad relativa del aire también es reducida. Este tipo de circunstancias ambientales, en donde predomina el aire frío y seco, podrían por un lado favorecer la estabilidad del virus y por otro disminuir la eficacia de algunos de nuestros mecanismos de defensa, como la barrera mucosa de la nariz.

El caso es que, sin duda, las condiciones meteorológicas están directamente relacionadas con un buen número de dolencias y es nuestra sorprendente capacidad de adaptación la que nos expone a estos riesgos. Son mayoría los especialistas que sostienen que los humanos están diseñados para vivir en un ambiente tropical, cálido y húmedo, donde no existan grandes fluctuaciones de temperatura que puedan dificultar el esfuerzo metabólico de mantener el cuerpo entre 36 y 37 ºC. Pero lo cierto es que el organismo cuenta con sofisticados mecanismos para aclimatarse a situaciones extremas, compensando el frío o el calor del ambiente, recurso que ha permitido el poblamiento de lugares inhóspitos como desiertos o zonas polares.

Lo que no ha podido evitar la naturaleza humana, ni tan siquiera los avances médicos, es la influencia de los factores ambientales en la salud. Hay numerosas enfermedades que aparecen o se agravan ante determinadas condiciones atmosféricas. Conocidas como meteoropatologías, las más frecuentes son las de tipo inflamatorio, como el reuma, además de los dolores de cabeza, las crisis asmáticas, eczemas, arritmias o cambios en la tensión arterial. También son frecuentes las alteraciones psicológicas asociadas a los cambios de estación, o la aparición de algunas epidemias coincidiendo con situaciones atmosféricas que se repiten de forma cíclica. Junto a la gripe, que todos los años nos visita en época invernal, hay otras infecciones que muestran cierta predilección por determinados periodos del año como la temida meningitis.

El invierno es quizás la estación en la que más claramente se observa la influencia del tiempo en la salud. La aparición de los primeros frentes fríos, acompañados de depresiones atmosféricas y lluvias, dibujan un panorama poco propicio para los cardiacos, asmáticos y reumáticos, como reflejan algunas estadísticas médicas. Las tensiones vasculares que puede provocar este cambio estacional se reflejan, igualmente, en enfermedades como la arterioesclerosis, hipertensión o úlceras de estómago. Las variaciones de presión afectan a las articulaciones  y a los gases que se acumulan en algunas partes del cuerpo, particularmente en los intestinos, provocando molestias de distinto tipo.

Está claramente establecido que la mayor parte de las afecciones respiratorias presentan una relación inversa, muy estrecha, con la temperatura, aumentando los casos de asma o bronquitis en los periodos fríos. También aparece una fuerte correlación entre las situaciones de bajas presiones y las alteraciones agudas del sistema circulatorio. De hecho, la formación de coágulos o el desarrollo de apoplejías, colapsos y embolias figuran entre las causas de muerte más dependientes de las condiciones atmosféricas.

Una de las meteoropatologías más frecuentes asociadas con el cambio de estación es la astenia, ese decaimiento general que empuja a la melancolía y facilita la aparición de algunas dolencias. Los episodios asténicos se suelen producir en primavera y otoño, y a menudo provocan la aparición de crisis en enfermedades crónicas. Parece ser que, en virtud de un cierto ritmo interior, los nacidos en verano son más propensos a la astenia otoñal y los nacidos en invierno acusan con más intensidad el cambio primaveral.

Aunque todas las personas perciben las alteraciones del tiempo hay individuos particularmente sensibles para los que un cambio de estación, o una modificación brusca de las condiciones ambientales, puede convertirse en un verdadero suplicio al aparecer dolores en las articulaciones o en viejas heridas, cefaleas o molestias estomacales, sobre todo úlceras que despiertan de su letargo. Habitualmente se considera que un 25 % de la población pertenece a este grupo, un porcentaje elevado que se nutre, en gran medida, de ancianos y niños cuyo sistema de adaptación a los estímulos externos no responde de forma óptima.

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