En medio del desánimo y la incertidumbre es comprensible, aunque no podamos compartirla, esa primitiva reivindicación de la violencia como definitivo recurso de autodefensa. Los hay que la llevan en su ADN, como los extremistas (de cualquier signo), pero también encontramos a los que nunca hubieran pensado que terminarían justificándola porque las amenazas que les acechan sobrepasan, sencillamente, su capacidad de sufrimiento.
Es el momento de insistir en el absurdo de un remedio que lejos de solucionar un problema, cualquier problema, nos empuja a oscuros escenarios donde siempre termina por imponerse la ley del más fuerte. Se empieza recurriendo a la sed de justicia y se concluye exterminando a cualquiera que no comulgue con nuestro credo.
Quizá sea el momento más adecuado para revisitar a Gandhi, uno de esos gigantes que la historia sitúo en una encrucijada terrible y que lejos de elegir el camino más fácil se empeñó en la complicadísima tarea de hacer que el mundo fuera mucho mejor sin recurrir a la agresión.
Estas son algunas de las palabras que hoy he rescatado de su extensa obra, elegidas a partir de la selección que en 1982 publicó Richard Attenborough (en España la edición, a cargo de Bruguera, apareció en febrero de 1983). Palabras más que oportunas, aunque hayan cumplido casi un siglo de vida, que deberían invitarnos a la reflexión individual y colectiva:
“Todo sistema económico que desatiende las consideraciones morales y sentimentales es como una figura de cera que, a pesar de su semejanza con lo humano, carece de la vitalidad de la carne humana. En momentos cruciales, esas modernas leyes económicas han fracasado en la práctica. Los individuos o naciones que las aceptan como axiomas están llamados a sucumbir”.
“No hay ninguna institución humana que no entrañe sus peligros. Cuanto más grande es la institución, mayor es la posibilidad de abusar. La democracia es una gran institución y, por eso, es susceptible de grandes abusos. El remedio no es la abolición de la democracia, sino la reducción de esos abusos al mínimo”.
“La no violencia y la cobardía son incompatibles. Puedo imaginarme a un hombre armado hasta los dientes que sea un cobarde, en el fondo. La posesión de armas implica un sentimiento de miedo, si no de cobardía. Pero la no violencia es inconcebible si no se posee auténtico coraje”.
“No creo en el éxito logrado por los atajos de la violencia… Por más solidaridad y admiración que me inspiren las causas justas, me opongo inflexible a los métodos violentos, incluso cuando sirven a la más noble de las causas… La experiencia me dice que el bien duradero nunca puede ser fruto de la violencia y la falsedad”.
“Debemos (entonces) extraer orden del caos. Y no me cabe duda de que el método mejor y más expeditivo es el de implantar la ley del pueblo y no la de las turbas”.
“Siempre ha sido un misterio para mí el que el hombre pueda sentirse honrado por la humillación de su prójimo”.
Que momento tan oportuno has encontrado para compartirnos estas líneas.
Gracias Monti.
Un abrazo enorme
En realidad Gandhi es oportuno siempre, pero ahora, cuando nos están pisando la cabeza, hay que acudir a él como el que acude a una fuente cuando la sed aprieta… Un abrazo desde el otro lado del Atlántico, amigos.
La templanza no es un sentido, tampoco es una cualidad con la que se nace, mas bien parece ser el resultado de la reflexión y de la meditación de las personas sabias, por eso hoy en día somos tan agresivos.
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