El pasado domingo en Tierra y Mar (Canal Sur TV, 14:00) hablamos del brote de fiebre del Nilo que amenaza a la cabaña equina andaluza, y explicamos cómo es posible que ciertas enfermedades, ya erradicadas o desconocidas en nuestras latitudes, se estén convirtiendo en un serio problema sanitario.
Jordi Figuerola, que desde la Estación Biológica de Doñana (CSIC) se ocupa de investigar la presencia de algunos virus potencialmente peligrosos en aves silvestres, nos advirtió que este problema no es más que una de las muchas manifestaciones, indeseables, de la globalización. En la entrevista que incluimos en el programa Figuerola señalaba a los contenedores, que cruzan los mares de todo el mundo, como magníficos depósitos para el traslado, en vivo, de mosquitos portadores de una buena muestra de enfermedades exóticas.
Mientras estos reportajes estaban ya listos para emisión, otro equipo de Tierra y Mar andaba preparando un recorrido por los arrozales del Bajo Guadalquivir, esos que pueden verse afectados por el dragado del cauce.
La advertencia de Jordi Figuerola, y la amenaza del dragado, han coincidido en el tiempo con la pregunta que hace poco me hizo Josechu Ferreras, responsable de la Sociedad Andaluza para la Divulgación de la Ciencia. ¿Cuáles son los efectos ambientales, ocultos, del polémico proyecto para el dragado del Guadalquivir? Efectivamente, ese, el de las enfermedades emergentes, es uno de los que más debería preocuparnos y, sin embargo, fuera de los círculos científicos apenas se ha hablado del mismo, como si nada tuviera que ver con el dragado del río. En Espacio Protegido (Canal Sur TV, domingos 10:00 h.) ya no ocupamos del tema y volveremos a hacerlo…
La capacidad de trasladar personas o mercancías a grandes distancias y en poco tiempo es uno de los factores de riesgo asociados a la propagación de ciertas enfermedades. De hecho, en las conclusiones de los trabajos de investigación que hace ya algunos años llevaron a cabo Rogelio López-Vélez , especialista de la Unidad de Medicina Tropical del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, y Ricardo Molina, especialista de la Unidad de Entomología Médica del Instituto de Salud Carlos III, se advierte de esta circunstancia y se recomienda una estricta aplicación de “las regulaciones de inspección, certificación y cuarentena de los productos comerciales, procedentes de zonas endémicas, que puedan transportar vectores de ciertas enfermedades, como ocurre con las ruedas usadas o el bambú de la suerte”, elementos en los que pueden encontrarse mosquitos susceptibles de transmitir ciertos patógenos exóticos.
El asunto se complica cuando se trata de barcos, no ya por la carga o el pasaje que trasladan, sino por el agua de lastre que almacenan en sus depósitos para regular la flotabilidad, agua que se toma en un punto del planeta para liberarla en otro que puede encontrarse a miles de kilómetros. Un gran carguero con las bodegas vacías puede llegar a almacenar 100.000 toneladas de agua de lastre, cuando en un sólo metro cúbico de este agua llegan a vivir hasta 50.000 individuos de algunas especies animales o vegetales. “Cada una de estas embarcaciones”, asegura Carlos Fernández, catedrático del Departamento de Zoología de la Universidad de Córdoba, “puede ser considerada como una auténtica isla biológica flotante, con cientos de especies sobre ella y en su interior”.
Estudios llevados a cabo en Alemania precisan que, como media, cada buque que arriba a puertos de este país transporta más de 4 millones de individuos de macrofauna acuática. Estos polizones invisibles no sólo se encuentran en el agua de lastre y sus sedimentos asociados, también aparecen como organismos adheridos al casco de las embarcaciones, aunque este riesgo se ha reducido con el uso de pinturas antiadherentes y biocidas. La situación más grave es la que se anota en la bahía de San Francisco, en la costa oeste de los Estados Unidos, donde se han llegado a censar más de doscientas especies invasoras, volumen que da idea de la magnitud que puede alcanzar el problema en aquellas zonas que registran un intenso tráfico marítimo. También inquieta la detección de bacterias de cólera en algunas zonas portuarias norteamericanas, a las que este microorganismo llegó en aguas de lastre procedentes de Sudamérica.
En el estuario del Guadalquivir, particularmente sensible a las invasiones biológicas, ya se han identificado especies exóticas que, muy posiblemente, se hayan introducido mediante este procedimiento, como una variedad de anémona que no es propia de estas latitudes, un piojo acuático procedente de Australia y el denominado cangrejo chino que, además de alterar los ecosistemas en los que se aloja, puede hospedar un parásito pulmonar que da origen, en humanos, a la enfermedad conocida como paragonimiasis.
Hasta ahora, y en lo que respecta al agua de lastre, no se ha determinado un tratamiento que sirva para neutralizar, de manera eficaz, este riesgo. Los especialistas consideran como opción más aceptable una que combine tratamientos mecánicos (filtrado o centrifugación) y físicos (aplicación de radiaciones ultravioletas). Pero aún así, habría que resolver el escollo del coste que dichas operaciones tendrían para los titulares de los buques y su repercusión en la propia seguridad de la embarcación.
Sí que pueden aplicarse, entre tanto, las recomendaciones de la Organización Marítima Internacional, que establece algunas medidas de precaución a la hora de tomar el agua de lastre (evitando, por ejemplo, hacerlo en zonas de aguas poco profundas) y también cuando ésta tenga que ser vertida (arrojándola, siempre que sea posible, lejos de la costa, en alta mar, y en zonas de aguas profundas).
¿Alguien ha tenido en cuenta esta amenaza a la hora de plantear el dragado del Guadalquivir y el consiguiente incremento en el tránsito de buques que persigue? Y si la han tenido en cuenta, ¿cómo van a neutralizarla?
Continuará…
Muy interesante esta visión de los efectos de la «globalización», quizás algo parecido sucedió cuando Colón desembarcó en el Nuevo Mundo. La pregunta es si merece o no la pena sufrir estas posibles alteraciones de los entornos ambientales y ecosistemas reducidos en los que nos hemos acostumbrado a vivir, o debemos someternos a las modificaciones globales que permitirán sobrevivir a los mas fuertes o mejor preparados para la autodefensa vírica.
Las invasiones bilógicas son naturales en cuanto nos globalizamos y si lo queremos evitar, seremos nosotros quienes alteren esa evolución que la Naturaleza reclama y en la que unos especímenes desaparecerán dejando su lugar a otros «conquistadores» y, a mi me preocupa la manera que tenemos los humanos de planificar la conservación para mantener inalterado el hábitat que hemos elegido como modelo ejemplar. Un saludo