
Cada mañana, antes de encerrarme en Le Bourget, disfrutaba del amanecer desde la pequeña terraza de mi habitación. El espíritu de París latía en el Bulevard Montmartre aún en penumbra… (Foto: José María Montero)
Centro de Convenciones París-Le Bourget // 30 de noviembre – 12 de diciembre
En los pasillos de la COP21, la Conferencia Internacional sobre Cambio Climático, lo llamaban «el espíritu de París», una actitud de generoso entendimiento entre gobiernos muy dispares que salvó el acuerdo en los momentos más delicados de la negociación. Una actitud que servía para recordarnos, a los que asistimos al cónclave, que todos somos habitantes de un único planeta, de un planeta único.
Un planeta, por cierto, para el que resulta intrascendente el cambio climático: sencillamente se adaptaría al nuevo escenario, donde, en la nómina de la biodiversidad, habría perdedores pero también ganadores. La única víctima indiscutible de una subida catastrófica de la temperatura media de la Tierra sería la Humanidad; los únicos que veríamos hipotecado, sin duda ninguna, nuestro futuro seríamos los seres humanos. Por eso el acuerdo de París, más allá de cuestiones ambientales, puede ser el primer ejemplo, aunque tímido e insuficiente, de un nuevo estilo de diplomacia multilateral, de un nuevo modelo de gobernanza planetaria en el que la práctica totalidad de las naciones del mundo, con características culturales y políticas muy diferentes, son capaces de ponerse de acuerdo en favor del bien común.
Las negociaciones de la Cumbre del Clima han sido una muestra de la mejor diplomacia (en manos, sobre todo, de Laurent Fabius) y también de la mejor disposición, porque no es fácil hacer coincidir en una sola idea a 195 países (más la Unión Europea).
Pero, afortunadamente, no todo estaba en manos de los negociadores…
Le Players – Rue de Montmartre, 161 // 13 de diciembre – 02:10 am
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Afortunadamente, el acuerdo no sólo estaba en manos de los negociadores… Los ciudadanos consiguieron pintar algunas líneas rojas en los pasillos de la COP21 (Foto: José María Montero)
Mientras las delegaciones oficiales peleaban los borradores del acuerdo línea a línea, párrafo a párrafo, el espíritu de París no sólo habitaba en esas maratonianas sesiones de debate político, alejadas (demasiado alejadas) de la calle, del sentir de los ciudadanos. Ese espíritu estaba presente, con especial intensidad, en los miles de observadores que asistían a la Cumbre y que representaban a centenares de organizaciones no gubernamentales repartidas por todo el planeta. Ellos eran la voz de los que no estaban en la Cumbre, la voz de los más vulnerables, la voz de los olvidados, la voz de los que ni siquiera saben qué es el cambio climático, la voz de los que no tienen voz. Ellos se ocuparon de recordar a los políticos que todos los que nos dábamos cita en Le Bourget habíamos recibido una suerte de mandato de más de 7.000 millones de seres humanos, y que no podíamos traicionar ese mandato que hablaba de nuestra propia supervivencia.

¿Qué hubiera sido de nosotros sin los observadores? David (SEO-BirdLife), Alice (Avaaz), Tatiana (Greenpeace) y Mariana (WWF) me ayudaron a entender algunas de las claves que escondía la Cumbre.
Para nosotros, los más de 3.000 periodistas acreditados en la COP21, los observadores fueron un elemento decisivo porque, sorteando el ruido y la confusión, pusieron el acento en lo fundamental; porque nos conectaron con la verdadera trascendencia social del cambio climático; porque nos ayudaron a interpretar las claves de una negociación farragosa; porque desbrozaron los documentos hasta convertirlos en textos comprensibles; porque nos señalaron cuáles eran las líneas rojas que no debían cruzarse y las obligaciones a las que no debíamos renunciar.
Uno de los análisis más lúcidos que he leído a propósito del acuerdo, de cómo se gestó, de qué esperanzas ha alimentado y de qué expectativas ha frustrado, es el que George Monbiot firmó en The Guardian. El comienzo del artículo es brillante, porque establece una llamativa paradoja en la que estábamos de acuerdo muchos de los que asistimos al cónclave del clima: «By comparison to what it could have been, it’s a miracle. By comparison to what it should have been, it’s a disaster» («En comparación con lo que podría haber sido, es un milagro. Pero en comparación con lo que debería haber sido, es un desastre”). Y en ese difícil equilibrio nos encontramos ahora, entre el milagro y el desastre. Y la fórmula para sortear ese equilibrio sin precipitarnos al vacío también nos la explicaron los observadores. Es obvia, poco sofisticada, pero, aún así, solemos olvidarla: mañana hay que seguir trabajando, todos, para que la balanza caiga del lado del milagro.
Porque el rigor y la risa no están reñidos… Las largas horas en el multitudinario Media Center de Le Bourget se hicieron más llevaderas con colegas como Miguel G. Corral (El Mundo).
Además de toda esa labor de presión y análisis, buena parte de los observadores, reunidos en CAN (Climate Action Network), hicieron algo aparentemente banal pero igualmente decisivo en un encuentro de esta naturaleza: convocar una fiesta para estrechar aún más los lazos que a tantos desconocidos nos habían unido durante tantas horas. La Cumbre se humanizó en Le Players la madrugada del 13 de diciembre, pocas horas después de haberse firmado el acuerdo, y aún no me explico de dónde sacamos fuerzas (después de una semana con jornadas de trabajo de 16 horas non-stop) para abrazarnos, para cantar, para bailar y para celebrar, con ese ritual tan humano que es la fiesta espontánea y el contacto desinhibido, que el espíritu de París nos unía, nos uniría siempre, fuera cual fuera nuestra procedencia. Que el milagro es posible.
[Anotación al margen: por muy seria que sea la cuestión que nos ocupe desconfío de aquellos que no encuentran un motivo para abrazarse, cantar y bailar. En la expresión de la alegría más simple quizá está el secreto que nos permite enfrentarnos a los retos más complejos.]
¿Cómo es posible que acabara abrazado a Christiana Figueres, Secretaria Ejecutiva de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, cerca de las tres de la madrugada en la pista de baile de un club de la rue Montmartre? Cosas del espíritu de París… (Foto: una observadora anónima de CAN).
A eso de las dos de la madrugada, y en un gesto que le honra (además de los muchos que, en la sombra, fue tejiendo para hacer más fácil el trabajo de Fabius), Christiana Figueres, Secretaria Ejecutiva de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, apareció en Le Players. Sin escoltas. Sin protocolo. Sin discursos. Apareció en Le Players para abrazar a los que habían sido el verdadero corazón de la Cumbre, para bailar con los que habían mantenido viva la ambición, para cantar con los que habían reclamado responsabilidad a los gobernantes de 195 países.
Esa noche brindamos con amigos que ahora están en Bruselas, La Coruña, Washington, Bogotá, Bonn, Barcelona, Madrid, México DF, San José de Costa Rica, Montevideo, Lima…
Place de la République // 13 de diciembre – 04:10 pm.
El azar, que no es tan caprichoso como parece, quiso que el acuerdo se firmara justamente cuando se cumplía un mes de los terribles atentados de París.
Ya de madrugada en la mesa más bohemia de monsieur Baba, donde unos periodistas noctámbulos y agotados pueden cenar un confit de canard decente… (Foto: José María Montero)
Durante la Cumbre habíamos vivido en un recinto literalmente blindado y cuando de noche salíamos de esa burbuja (para dormir unas pocas horas) la presencia de polícias y militares dibujaba una ciudad un tanto inhóspita. ¿Los terroristas habían conseguido apagar el espíritu de París? ¿El argumento, con frecuencia tramposo, de la seguridad había barrido la alegría de las terrazas? ¿El estado de emergencia era la excusa para no salir, para no cantar, para no bailar?
Sí, además de la fiesta del Players, apuramos los minutos en la capital francesa para perdernos por Le Marais, para visitar (en peregrinación) Shakespeare & Co., para cenar en algún rincón animado de Cour des Petites Écuries (¡gracias Pauline!), en una mesa bohemia de la Rue du Faubourg Saint Denis o en la brasserie más noctámbula de la Rue La Fayette (¡gracias Nieves!); para comprar vino en Nicolas y queso en el mercado navideño de Champs Elysées, para escuchar, en vivo, a Vanina de Franco en el 56 de la Rue Rivoli y a la Piaf en Concorde, para pasear de madrugada (perdidos y felices) buscando el Bulevard Montmartre, para compartir el dolor y el silencio en la Place de la République…
Tuvimos tiempo para comprobar que París no se rinde, para asegurarnos que el espíritu de esta ciudad, libre y luminosa, es más poderosos que el terror, que cualquier terror. Tuvimos tiempo de hacerle frente a la zozobra de un futuro incierto con la alegría que siempre te regala esta ciudad donde (casi) todo es posible. Tuvimos tiempo de vivir y de soñar…
BONUS: Todas mis crónicas desde la Cumbre de París.
Un mes después, en la Place de la République, las flores siguen pasando de mano en mano… (Foto: José María Montero)
«Les voix se libèrent et s’exposent /
dans les vitrines du monde en mouvement /
les corps qui dansent en osmose /
glissent, tremblent, se confondent et s’attirent irrésistiblement…«
[Las voces se liberan y se muestran /
en movimiento en las ventanas del mundo /
los cuerpos que danzan en ósmosis /
resbalan, tiemblan, se confunden y se atraen irresistiblemente…]
(Les passants / Los transeúntes – ZAZ)
Apreciado amigo, ¡que gusto escuchar tu opinión! Desde hace años vengo pronunciándome sobre lo mismo, el cambio climático llegará y el planeta se adaptará, como en tantas otras ocasiones se ha producido, y el ser humano deberá también adaptarse o se extinguirá, así de sencillo. Pero la ambición desmedida que padecemos, nos impide aceptar, incluso, las leyes de la Naturaleza, sin reconocer que somos biológicamente degradables.
No hay milagros, ni desastres, solo hay un proceso evolutivo insignificante en la “vida” del Universo, y este nuevo cambio climático, presumiblemente de origen astronómico y quizás algo acelerado por efecto de la industrialización, tiene que llegar, así de sencillo, es todo muy natural, no somos nada en el Universo, somos insignificantes en el proceso, aunque muchos se consideren “Virreyes” y no quieran perder su “tesoro”.
Esta Cumbre del clima y las que tendrán que venir, servirán para mejorar la calidad de vida de algunos, pero solo para eso, pues nuestro Planeta azul tiene su ritmo marcado al margen de nosotros.
Un abrazo y Feliz Año Nuevo
[…] El espíritu de París / martes, 29 de diciembre de 2015 […]
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