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Tejo

Así recuerdo el tejo al que me abracé, hace treinta años, en la jiennense Sierra de Cazorla (la imagen la he tomado de http://wwwsenderoscazorlenses.blogspot.com.es/)

 

Entre mis amigos hay una rara comunidad de individuos que se abrazan a los árboles. Lo hacen por puro gusto, por la satisfacción que da sentirse unidos a un ser vivo que nos presta innumerables servicios, vitales, sin pedirnos nada a cambio. Yo mismo no puedo evitar abrazarme a algunos árboles cuya presencia me conmueve, como me sucedió hace bien poco en un viejo castañar de Fuenteheridos (Huelva).

Esta aparente rareza tiene su base científica porque no son pocos los que, desde una posición más racional que emocional, defienden la hipótesis de la biofilia: los millones de años durante los cuales hubo un estrecho contacto entre los humanos y la naturaleza han inculcado en el Homo sapiens una profunda necesidad emocional congénita de sumarse al resto del mundo de los seres vivos, y por eso necesitamos ese contacto íntimo con vegetales y animales.

Uno de esos raros abrazos que aún permanece vivo en mi memoria, a pesar de los años transcurridos (algo así como tres décadas), se lo di a un tejo, centenario, quizá hasta milenario, que crecía (y espero que siga creciendo) en un rincón de la Sierra de Cazorla. Un árbol imponente que no es extraño que haya sido considerado mágico por muchas culturas, y cuyas virtudes, ocultas, reveló la Medicina no hace muchos años.

Sobre todo en las regiones más occidentales del continente europeo, desde Alemania a Galicia, a lo largo de toda la costa atlántica y las islas británicas e irlandesa, el tejo ha sido considerado desde la antigüedad un árbol sagrado. En torno a esta especie se han tejido numerosas leyendas y ritos, y ejemplares milenarios crecen junto a ermitas, abadías o cementerios. Ignacio Abella, botánico que ha rastreado toda la mitología asociada al tejo, explica algunas de las razones por las que los humanos nos hemos sentido atraídos por este árbol: “Posiblemente la admiración y el culto provengan de aspectos como su asombrosa longevidad, la capacidad de rebrotar incesantemente aún después de caído, el follaje perenne, la dureza pétrea de su madera y su increíble elasticidad, el color rojo intenso de este material y la potencia letal de todas sus partes, exceptuando la envoltura carnosa de su semilla”.

A pesar de la importancia que el hombre le ha concedido, el tejo se encuentra en franca regresión en todos aquellos enclaves en los que se distribuye. En Andalucía todavía podemos encontrarlo en las provincias de Almería (Sierra Nevada), Granada (Sierra de Baza, Sierra de Castril, Sierra Harana, Sierra de Játar, Sierra Nevada y Sierras de Tejeda y Almijara), Jaén (Sierras de Cazorla y Segura, Sierra Mágina) y Málaga (Sierra de las Nieves, Sierras de Tejeda y Almijara). En total se calcula que sobreviven en la región entre 1.200 y 1.800 ejemplares, distribuidos en pequeñas manchas que, en el mejor de los casos, apenas llegan a reunir una veintena de ejemplares. Incluso hay poblaciones que están compuestas por uno o dos individuos aislados. Este fenómeno, que también es frecuente en otros puntos de la península, ha hecho que al tejo se le bautice como el “ermitaño del bosque”, y que su sola presencia justifique la protección de un enclave.

El tejo añade a su valor botánico, determinado por su escasez, interesantes aplicaciones en el campo de la farmacología. Ya a mediados del siglo XIX se utilizaban infusiones de hojas para combatir los gusanos intestinales, regular la menstruación o provocar abortos. Asimismo, se usaba para aliviar espasmos musculares y nerviosos, en molestias de las vías urinarias, reumatismo y artrosis.

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No, no es casual que el monstruo que visita a Conor sea un tejo… En la película de Juan Antonio Bayona también se encierra, estoy seguro que de manera intencionada pero sutil, esta relación entre el cáncer y el árbol que atesora la sustancia capaz de curarlo.

Al margen de estas aplicaciones tradicionales, la medicina oficial comenzó a interesarse por el tejo a comienzos de los años 60, cuando investigadores norteamericanos identificaron una sustancia, el taxol, presente en extractos de corteza y hojas de este árbol. El taxol se mostró muy eficaz en el tratamiento de algunos tipos de cáncer, aunque no parecía fácil convertirlo en un medicamento de uso convencional, ya que se necesitaban de tres a cuatro tejos centenarios para obtener el taxol necesario en el tratamiento de un solo enfermo.

Aún así, y después de numerosas experiencias para obtener taxol mediante diferentes procedimientos que no implicaran el sacrificio de los árboles, el gobierno norteamericano aprobó, en 1992, el primer fármaco (Paclitaxel) que contenía este principio activo, indicado para el cáncer de ovario resistente a otros tratamientos. En España se comercializa, con el mismo nombre, desde 1994, y en los últimos años han surgido otros compuestos similares que se usan con éxito en diferentes afecciones tumorales.

¿Es para abrazarlo o no?

Actualización a 18 de diciembre de 2016: Además de la película de Bayona («Un monstruo viene a verme»), y para los que queráis profundizar en las virtudes de este árbol mítico, os recomiento el documental francés «L’if aux frontières de la vie” (“El tejo, en la frontera de la vida”), de la colección «Secretos de las plantas» en las que ha participado el CNRS, la principal institución científica francesa (equivalente a nuestro CSIC).

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